Semana Santa Monóvar - Cronica 2014

   
  Semana Santa Monóvar
  Cronica 2014
 

Crónica de la Semana Santa 2014

La vida de las personas se mide por sus actos. Se mide por su testimonio, por sus andares. En un mundo de contradicciones, antítesis diversas y malentendidos, las personas vamos viviendo y sin darnos cuenta, escribiendo nuestra propia historia. En un mundo de buenas gentes, esas que te hacen revivir buenos momentos, que te recuerdan lo que fuiste y que te lo hacen todo más fácil, los seres humanos, los que comparten, disfrutan juntos y se hacen el bien mutuamente, convivimos y con fraternidad sacamos nuestras vidas adelante. En este entramado, son muchos los que nos precedieron, los que hicieron su trabajo bien hecho y nos acercaron las tradiciones a nuestra alma para que la hiciésemos nuestra. Aquellos que con su buen hacer supieron relatar oralmente lo que recogieron de los suyos. 

La Semana de Pasión en nuestro pueblo, que recuerda el trágico suceso de Jesús de Nazaret, se nos fue contando con pelos y señales, y ahora, nosotros, lo celebramos y le damos el cariz que se merece.

La Semana Santa de 2014 comenzó el 13 de abril, Domingo de Ramos. De todas formas, no puedo dejar de contar en esta crónica lo acontecido días atrás. Días que fueron el preludio, el anticipo de una gran semana de penitencia, recogimiento y oración. Desde el 2 de marzo, que  fue presentada la Revista de Semana Santa 2014, Cruz de Guía, por el sacerdote D. José Navarro Navarro, quien fuera el pregonero de la semana Santa del año anterior, hasta el mismo domingo de las Palmas, Monóvar no dejó de saborear actos litúrgicos y celebraciones, inmersos en tiempo de Cuaresma. El símbolo del color morado de las eucaristías  y el ambiente de recogimiento de las misas a las siete y veinte de la mañana, iban acercándonos a una Semana Santa más, que sería disfrutada con ganas y expectación. Bien organizadas estuvieron las eucaristías celebradas por las  diferentes cofradías y hermandades, que comenzó la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, a continuación con la Hermandad del Santísimo Cristo Crucificado y María Santísima de la Esperanza con su solemne quinario y que continuó la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, la del Santo Sepulcro y Jesús Cautivo y la de Nuestra Señora de los Dolores. No faltó entre tanto, el tradicional Vía Crucis que, celebrado el 4 de abril, emocionó una vez más a los que asistieron y que tuvieron la oportunidad, una vez más, de besarle los pies al Santísimo Cristo.

Pero la Semana Santa se tenía que pregonar para que nos fuéramos haciendo a la idea. Y ahí estuvo el Teatro Principal el día 5 de abril para recoger junto con todo el público asistente las emotivas, sinceras y acertadas palabras de Pablo Jaén, un cofrade del Santísimo Cristo, que supo anunciar correctamente la Semana más importante para los cristianos. Todos los que estuvimos en ese lugar y los que luego se enteraron pudieron percibir el sentir de un pregón muy especial. Parafraseo aquí un fragmento de sus penúltimas palabras: Cuando me dispongo a dar por terminado este pregón, espero haber cumplido con mi propósito de haberos contado vuestro pregón, el que esperabais cada uno de vosotros. Os pido pues, que seáis benévolos en vuestras críticas, porque hoy he querido contaros también mi pregón, el pregón de un cofrade. Personalmente creo que sí cumplió su propósito y los aplausos, por su intensidad y tiempo, juzgaron, con agrado, su pregón.

El 13 de abril del año pasado año era Domingo, pero un Domingo radiante, azul, agradable. Fue el día de la Hermandad de la entrada de Jesús Triunfante en Jerusalén quien, previa bendición de las palmas, desde el asilo, se dirigió acompañado por niños y adultos, palmas y olivos, hacia la parroquia. A la cabeza de la procesión volvimos a saborear al grupo de tambores de la Junta Mayor de Cofradías que avisaban que la Semana Santa había comenzado por fin. Fue el Domingo donde Jesús, montado en un burro, sencillo y cercano, es aclamado por el pueblo. Y Monóvar, como pueblo fiel, acompañó a esta Hermandad tan familiar, y disfrutó de los acordes de su Artística, que, solemnemente, deleitó con sus notas.

Por la tarde, muy temprano, el templo de San Juan Bautista se llenaba de cofrades y directivas de las diferentes hermandades  y cofradías. Había que colocar a sus titulares en sus tronos. Teníamos que sacarle brillo a estandartes y cruces de guía. Se necesitaba ayuda para empujar las carrozas y colocarlo todo en su sitio. Este año el Cristo y la Esperanza estaban frente a frente nada más entrar a la parroquia. La Dolorosa les dejaba el sitio. Y al anochecer la iglesia ya tenía otra imagen y se vestía de tulipas y de estandartes, de bordados y encajes, de pasión y penitencia.

Y fue precisamente la celebración de la penitencia la que inauguraría el Lunes Santo a media tarde. Hacía falta un examen de conciencia antes de que la cofradía del Santo Sepulcro y Jesús Cautivo saliera en andas por la noche. A las 21´30h la cruz guía sobresalía del portal de la parroquia y los nazarenos del Cautivo comenzaban su peregrinación por las calles más complicadas. A propósito de esto, ya lo recordaba nuestro pregonero en su discurso: Parte importante en toda Semana Santa que se precie, es rendir culto a la llamada “liturgia de la dificultad”. ¿Que qué es la liturgia de la dificultad? A ver. ¿No es más cómodo y práctico desfilar por calles anchas y llanas?, ¿no sería más práctico adaptar las dimensiones de los pasos a las medidas de las puertas de las iglesias?, ¿no resulta mucho más difícil y peligroso la subida y bajada de cuestas incluso de escaleras?, ¿no es posible evitar los cables eléctricos que dificultan el transcurrir de las procesiones? Pues no. Y así se volvió a repetir cuando el Cautivo pasó, entre otras calles, por las de la Paz, Plaza Melchor y Doctor Trueta. El paso, preciosamente engalanado con sus orquídeas, se mecía gracias a sus costaleros que disfrutaban con el sonido de su banda. Se oyeron los acordes de Resignación, una pieza que, como muchas otras, emocionó  a los espectadores de aquellos lugares. El cautivo regresó entre estrecheces a la parroquia, no sin antes deleitarnos con una imagen preciosa: la del Cautivo al paso por la Torre. El morado de su túnica, elegido por el homenaje que la cofradía hizo a los fallecidos Alejandro Verdú y Mª Jesús Verdú, contrastaron con la luna y la majestuosidad de la Torre del Reloj. Sería la media noche.

En la memoria tengo a un gran cofrade y a una gran persona, Antonio Brotons Sanchiz más conocido como Tonet,  quien fuera miembro de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Y lo sigo recordando cada Martes Santo, porque en este día él se sentía dichoso con su nazareno, con su cofradía de siempre. El martes que esperábamos este año salió agradecido por el clima y por el buen trabajo de los cofrades de esta cofradía tan querida. Carlos Maestre Galiano supo en su crónica resaltar la belleza del trono: Este año un monte de claveles morenos inunda el trono, de forma que parece que se desprenda de él su propia sangre. El intenso olor a romero inunda la plaza. Fue una estación de penitencia muy correcta y cuidada, fruto del interés de los nazarenos, que amoratados, acompañaron a su cristo. Fue una procesión muy tranquila que duró unas dos horas y las dos piezas que se estrenaron aquella noche; “Delante De ti y Virgen de la Paz” agradaron y fueron aplaudidas fervorosamente.

Siempre es grato encontrarse, mirarse a los ojos y saberte querido. En los días de más penuria, cuando lo pasas a medias, la compañía se agradece y uno se siente mejor, más tranquilo. Lo mismo le pasó a Jesús de Nazaret, al que adoramos, cuando su madre, María, se acercaba. Y es que el Miércoles Santo en Monóvar, desde hace años, es un día de acercamiento. Un día donde dos cofradías hermanadas, la de Nuestra Señora de la Soledad y  de Nuestra Señora de los Dolores se unen en una sola y deciden procesionar para realizar un encuentro que ya empieza a ser tradicional y muy esperado. Llegó en Miércoles Santo a Monóvar y con él, todo el trabajo de unos meses intensos de ponerlo todo a punto, de desarrugar los manteles, limpiar las tulipas y montar los varales. Volvimos a ver la puerta de la iglesia repleta de gentío impaciente y expectante. La Soledad, Nuestra Señora de la Soledad, ya lo tenía todo organizado y se disponía a procesionar a su titular como lo viene haciendo desde hace años. Puntualísima, la cruz guía aparecía por la puerta y nos ponía en alerta. Un signo sobrecogedor por su elegancia que daría paso a una cofradía consolidada. Este año estrenaban algo nuevo, una música de capilla. La virgen se acercaba poco a poco, con actitud silente y dejaba unas sombras sobre las casas aledañas. Un cuadro espectacular y precioso. Entre la luna, que este año se hacía ver más que nunca, sonaban unas notas exquisitas que empapaban de solemnidad el ambiente. Sin darnos cuenta los capataces y encargados ya tenían a los suyos en camino. Un camino con destino a la plaza Mompó en el que se encontrarían con otra cofradía, la de Nuestra Señora de los Dolores. María, que se siente sola y apesadumbrada quiere ver a su hijo una vez más, encontrarse con él y con la ayuda de clarines y tambores mecerse, arrodillarse, rebajarse ante un Dios que acaba de darlo todo por los hombres. Siguió el respetuoso silencio de sus nazarenos que con su acertada vestimenta blanca y negra iluminaron las callejuelas y a los espectadores y devotos que se situaron en lugares privilegiados.

Mientras tanto se oyeron los tambores redoblar que se entremezclaron con los de la Dolorosa, una cofradía que ya tenía a sus cirios ordenados en la calle mayor. Se  pararon a la altura del jardín de la iglesia para disfrutar de la salida. Esa apertura  a otro Miércoles Santo donde el descendimiento volvería  a provocar pasiones. La Dolorosa salió del templo más tarde. Empezamos a ver la madera del paso con la grandiosa imagen y los varales delanteros. Los costaleros, entregados en fe y devoción, sacaron definitivamente la imagen. En pocos minutos llegaron a calle Mollana donde hay una subida dificultosa y arriesgada. Los cirios cambiaron su posición para facilitar el trabajo de los costaleros y en la “ Riba de Delfín”, repleta de gente, la carroza fue girando con la ayuda y el ánimo de los aplausos y piropos. La cofradía llegó al Casino Cultural donde ya esperaba Nuestra Señora. Una vez organizadas las dos cofradías asistimos al tradicional encuentro. Emotivo es este acto que ya se viene repitiendo. Las dos bandas se fusionaron y tocaron “Costalero de Amor”, una melodía que facilitó la unión entre ambas cofradías. El aplauso de los presentes auguraba buenas críticas. Al término del acto, los redobles de la Soledad anunciaron el regreso a la parroquia. En unos instantes, mientras nos descuidábamos un poco, los nazarenos ya estaban enfilados y dispuestos de nuevo. Ambas imágenes volverían a situarse en los lugares apropiados y volverían a procesionar hacia la iglesia con paso firme y solemne.

 En el versículo antes del Evangelio de Juan, concretamente en el 13, 34 se puede leer: Os doy el mandato nuevo:que os améis mutuamente como yo os he amado, dice el Señor.  Y es que el Jueves Santo es el día, entre muchas otras cosas,  del Amor Fraterno. La tarde de las misas obligadas, de la parroquia a reventar de gente, de tomar la comunión. Es, sin lugar a dudas, un día muy especial. El 17 de abril de 2014, a las 23´00h se volvieron a apagar las luces para disfrutar de una procesión especialísima. Una nueva estación de penitencia con un Cristo clavado en una cruz y una madre apesadumbrada, tristísima. Estamos hablando de la procesión del Santísimo Cristo y María Santísima de la Esperanza. Estamos relatando lo que pasó en la Procesión del Silencio. A las once de la noche se ponían los capuchos a caminar y era el Cristo quien se dejaba caer por la calle Iglesia rumbo a la Alameda. Cayeron unas gotas de lluvia pero poco más. Un susto. Seguíamos disfrutando de un buen estar y de la luna llena que estaba preciosa esa noche, como la Esperanza. Ella iría detrás de su Cristo acompañada por la Artística y mecida por sus costaleras. Volvió a ser una procesión solemne, delicada. En el parque de la Alameda confluyeron ambos tronos, ambas imágenes. Se produjo un encuentro que de nuevo hizo estremecernos a todos porque fue bonito, porque estuvo muy bien hecho.  No puedo dejar de citar unas líneas que escribió en su día Pablo Jaén a colación de este día: El Cristo entraba en una última chicotá con el vibrar de los tambores y timbales de su banda. Y la Esperanza lo hacía envuelta en un respetuoso silencio que tan solo era roto por los pasos de las costaleras que eran mandadas por su capataz “a sufrir” y la posterior marcha real.  La procesión acabó pasadas las dos de la madrugada. A partir de esas horas seguiríamos rezando a Dios en el Monumento hasta adorar a la Cruz el Viernes Santo por la tarde en los Santos Oficios. Ese Árbol de la  Cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo.

El Viernes Santo ha sido en mi memoria el visitar los Monumentos. El Día donde la oración se hace más larga y en el que se hace necesario disfrutar de la belleza decorativa de la Capilla de la Mare de Déu del Remei, la visita al asilo de ancianos o al Colegio de las Monjas. Es el día del entierro del Señor, de la adoración a la cruz, de la procesión de las siete y media, la del Santo Entierro. Por las calles de Nuestro Monóvar se volvieron a ver las cofradías de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santísimo Cristo Crucificado y María Santísima de la Esperanza, Nuestra Señora de los Dolores, Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad. El recorrido tradicional se volvió a cumplir así como los inevitables espaciados entre algunas cofradías. Un día para volver a lucir nuestro patrimonio semanantero y para ver un desfile sacro donde se supo que Jesús había muerto. Así lo representaba la cofradía del Santo Sepulcro, que gracias a sus costaleros nos acercaron  a Jesús tumbado, inerte, muerto. En la parroquia, ya tarde, asistimos al entierro del Señor. Esta última cofradía procedió a colocar a su titular en su hornacina previo recital de unos cofrades- representadas estaban todas las cofradías-, que desde el altar mayor de la parroquia, nos deleitaron, con  cornetas y tambores,  del Adagio in G. Minor de  Albinoni. Una vez acabado el ritual del sepelio a Nuestro Señor, se escucharon las palabras de nuestro Párroco Don Antonio Alcolea, quien sermoneaba a los presentes recordando que mirásemos y valorásemos más las cosas buenas que todos tenemos y no tanto las malas. Que enterrásemos el odio o el rencor para resucitar el amor y la tolerancia. Con esta idea, nos fuimos a descansar porque el sábado era día de limpieza.

El día anterior a los grandes acontecimientos se suele llamar día de capilla, o estar en capilla. El Domingo iba a ser un día esperado por todos porque algo grande iba a suceder. Pero como en todo, antes, hay que dejarlo todo a punto. La parroquia había que dejarla reluciente para la noche más importante de todos los cristianos, la de la Vigilia Pascual. Había que colocar a los titulares de las diferentes hermandades y cofradías en sus tronos, guardar tulipas, cruces y faldones. Retirar los varales y volver a custodiar los tronos y demás enseres. Tocaba barrer, fregar y raspar la cera del templo y a eso del medio día dejar que la Mayordomía de la Virgen comenzase a vestir a la patrona. En la calle, sobre las once y media, se oyó el estruendo de unos tambores. Era la tamborrada. A las dos del medio día todo olía a limpio y a flores y la Virgen del Remedio, en su capilla y sobre sus andas, ya aguardaba para la resurrección de su hijo. Por la noche de este Sábado de Gloria se celebró la Vigilia Pascual y se volvió a escuchar el gloria y las tradicionales lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento y se renovaron las promesas del Bautismo y se sintió la alegría y el gozo de saber que Jesús había resucitado.

Y llegamos al Domingo. El Domingo de Resurrección. El día de la tradición, de sentirse pueblo, de percibir lo mismo. Los actos religiosos volvieron a cumplirse y a las siete y media de la mañana se celebró una solemne celebración de la Eucaristía. A continuación la Virgen del Remedio se dirige hacia una casa particular y conocidísima para después de aguardar un tiempo prudencial reunirse en la Plaza de la Malva con Jesús Resucitado. El Santísimo Sacramento salió de la parroquia y solemnemente llegó a la Malva. Allí estaba la Madre enlutada y expectante. Allí estábamos los monoveros un año más emocionados al ver cómo minutos más tarde y, tras unas reverencias, la patrona levantaba su mirada y soltaba una sonrisa en forma de clavel rojo. Jesús había resucitado y había que aplaudir, disfrutar de los palomos y de la mascletá. Volvía a ser Pascua de Resurrección.

Hay sentimientos inexplicables si no se viven. Los cofrades, los creyentes en Cristo, los vecinos y simpatizantes de Nuestra Semana Santa, el clero y los que nos visitaron aquellos días sentimos en lo más profundo de nuestro corazón una profunda religiosidad que fue acompañada por la penitencia y el rezo. Tuvimos la  sensación de que por unos días el tiempo se había detenido, de que la vida había hecho un receso, de que se hacía necesario estar con Dios, en paz, porque necesitábamos volverlo a sentir resucitado. Todo esto hay que vivirlo y que sentirlo, es difícil de explicar

 

Liberto Esteve Requena
Cronista de la J.M.C.S.S.M
 
Crónica publicada en la revista Cruz de Guía 2015

 
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