Semana Santa Monóvar - Pregon 2019

   
  Semana Santa Monóvar
  Pregon 2019
 
Pregón de la Semana Santa 2019

Bona nit a tots

A modo de preámbulo

Quan em van proposar fer el pregó de Setmana Santa de 2019, vaig preguntar, jo crec que un poc alegrement, en castellà o en valencià? Com vulgues, em van respondre. Després vaig tenir un dupte no xiquet: en quin valencià, en el de Cañís y Cañisaes o en el de Canyís i Canyissades? Però el dupte el vaig aclarir prompte: el faré en castellà, perquè, malgrat l’estima pel nostre parlar monover(o) i pel valencià normatiu, es tant el costum de parlar i escriure en castellà, que em resultaría massa treballós fer-ho com cal. Una llàstima, però les coses són com són.

Saludo a las autoridades municipales, a los compañeros sacerdotes, al Presidente y a los miembros de la Junta Mayor de Cofradías de Semana Santa, a la Mayordomía de la Virgen del Remedio, a los y las cofrades y a todos en general. Gracias por vuestra presencia. Gracias especialmente a mi familia que me acompaña en este acto. También a los amigos. Y gracias a los que, a pesar de lo que diré más adelante, habéis tenido a bien invitarme a ser pregonero de la Semana Santa 2019. També vull agrair a l’Alcalde Natxo Vidal les seues paraules de “felicitació, de desig de molta sort i de convenciment de que ho faré fantàsticament”,  escrites a la revista “Cruz de Guía” 2019.
 
Tratando de sincerarme con vosotros os digo que, alguna vez, sobre todo después de presentar en el año 2009 la revista “Cruz de Guía”, me pasó por la cabeza la posibilidad de que, cualquier año, se os ocurriera ofrecerme el honor y la responsabilidad de hacer de pregonero de nuestra Semana Santa. Pero yo siempre me respondía que seguramente no llegaría ese momento. Pensaba que lo tenía fácil: ¿cómo voy yo a pregonar la Semana Santa si desde el año 1964, año en que ingresé en el Seminario de Orihuela, ni he participado en ella como cofrade ni he tenido la posibilidad de ver las procesiones?

Bueno, es cierto que en el año 1981, estando mi madre bastante delicada de salud, por deseo suyo y también mío, desde el interior del coche, aparcados frente a la antigua fábrica de jabón de los Marhuenda, pudimos contemplar la procesión general de Viernes Santo cuando da (daba en aquel tiempo) la vuelta desde la calle Lope de Vega para enfilar la calle Mayor. Me suena que hubo algún momento más,  quizás en el año 1972 cuando hacía la “Mili”, o estando de cura de las parroquias del campo de Monóvar en el año 1982, pero no tengo un recuerdo claro.
 
Sentía que me faltaban datos, vivencias, conocimiento, elementos, recuerdos... Cuando uno vive cada Semana Santa, impregnándose de experiencias, sentimientos, anécdotas, emociones…, aunque sólo se sea mero espectador, hay tanto para contar, para ponderar, para exaltar… Yo sentía que me faltaba todo eso.
 
La sorpresa me vino cuando, después de la Misa Solemne del 8 de septiembre, día grande de nuestras fiestas, entrasteis a la sacristía Loren Amat, Lino Palomares y Paco Jaén a proponerme ser pregonero de la Semana Santa 2019. Me cogisteis totalmente desprevenido, me pillasteis, como se suele decir, con las defensas bajas y, aunque hice algún intento de resistencia, no me pude negar en serio. El intento de resistencia fue decirles a ellos lo que yo me había dicho a mí mismo: ¿cómo pregonar sin experiencia ni recuerdos? “Tú fer-ho a la teua manera”, me contestaron ellos. Así es que aquí estoy este año 2019 pregonando la Semana Santa de mi pueblo.
 
Allá en el fondo de la memoria me quedan algunos recuerdos adolescentes. Pequeños retazos, anécdotas: como cuando íbamos a que nos tomaran medida de “les vestes” a casa de las hermanas Rico, conocidas por todos como “les d’Amaret”, en la calle Lope de Vega. Las pequeñas rivalidades de chiquillos entre los pertenecientes a las distintas Cofradías: “jo sóc del Sepulcre”, “jo sóc del Cristo” “jo porte capa i tu no”… También el sonar de tambores y clarines de los ensayos de la Cofradía del Sepulcre en la antigua bodega de los Mayorazgos, lugar que hoy ocupa el Centro de Salud.
 
Por tradición familiar, pertenecía a la mencionada Cofradía del Sepulcre, en aquellos tiempos la más numerosa de las cinco, hoy ya no. La única que lucía capa y disponía de clarines. En ella me inicié como cofrade hasta que ingresé en el Seminario. También recuerdo las ilusiones y los comentarios entre amigos, el ajetreo de los preparativos cuando se acercaban las fechas. Era una mezcla de religiosidad y de fantasía, de ilusión infantil y de respeto. Sin apenas entender, nos sumíamos en el misterio y en el fervor de la Semana Santa.
 
En aquella época todo era ambientalmente diferente. Casi todo empujaba a vivir y sentir la Semana Santa, no sólo por las celebraciones litúrgicas o por los desfiles procesionales, sino por las costumbres de la época. Cerraban los cines, desde la emisora local de radio sólo se podía escuchar música clásica o religiosa. Era algo que impregnaba el vivir del pueblo. Eran otros tiempos.
 
Hoy han cambiado muchas cosas, vivimos en un mundo más plural y menos rígido, más abierto, más democrático… Pero seguimos celebrando la Semana Santa. Cambia el ambiente, cambian muchas cosas, pero el núcleo esencial sigue siendo el mismo. Lo fundamental permanece: contemplar y acompañar a Jesús el Nazareno en su Pasión y Muerte y a su Madre desolada. También    acompañamos  a Cristo en su Resurrección y a su Madre radiante, porque nuestra Semana Santa no termina el Viernes Santo sino el Domingo de Pascua. Que no nos quiten a los monoveros y monoveras la Procesión del Encuentro. Y, después, de mona.
 
A pesar de no ser cofrade ni espectador, desde hace tanto tiempo, siempre he tenido en gran estima nuestra Semana Santa. Siempre la he ponderado donde he tenido ocasión. No sólo por la belleza y calidad de sus imágenes y de sus tronos, sino por su seriedad, dignidad  y decoro. Por su buen hacer. Así la recuerdo yo y así tengo entendido que sigue siendo, enriquecida, además, con la especial incorporación de costaleras y costaleros, con nuevas imágenes y pasos, y con más días de procesiones. He tenido ocasión, por razones de destino, de ver procesiones de Semana Santa de distintos lugares, incluso he participado en algunas de ellas por razón de oficio. Siempre me decía a mí mismo: “la del meu poble és millor”. En algunos casos, mejor por la dignidad de las imágenes y de los tronos, en otros casos por el estilo en el procesionar. Tenemos una gran Semana Santa y podemos estar orgullosos de ello.

Origen de las Cofradías y Hermandades

Después de aquel “tú fer-ho a la teua manera”, después de hojear otros pregones y con tantos años de ausencia, pensé que podría ser una buena idea preguntarnos, brevemente, por el origen de las Cofradías y Hermandades. ¿Qué motivó su aparición? ¿Qué fines tenían? Se trataría de remontarnos al origen, para descubrir si el sentido que las propició entonces puede servirnos en el presente.

Parece ser que entre los siglos XII y XIII ya hay vestigios de Cofradías y Hermandades. Eran Cofradías dedicadas a distintos santos. Más tarde, surgirán las centradas en la Pasión y Muerte del Señor. Aunque el verdadero auge se produce en torno al siglo XVI, siglo en el que se desarrolla, a su vez, la llamada “imaginería pasional”.
 
Su origen, el de las Cofradías, solía ser laico, es decir, grupos de personas que se unían para ayudarse mutuamente y también para ayudar a los demás, en momentos de dificultad y sufrimiento, experimentando o uniéndose a la Pasión de Cristo. Este tipo de “asociaciones” tenían, también, un marcado carácter penitencial, tratando de honrar la Pasión sufrida por Jesús. Una penitencia anónima, de ahí el ir encapuchados para no ser reconocidos. Como sabemos, Cofradía y cofrade tienen su origen en la palabra latina “frater”, es decir, hermano. Por tanto, se trataba de asociaciones para vivir la fraternidad y hacer penitencia.
 
Otra de las finalidades de estas Hermandades, era sacar a la calle la liturgia de los templos para hacerla cercana a la gente sencilla. Las imágenes, con su realismo y plasticidad, ayudaban a comprender a los sencillos lo fundamental de la fe. A comprender o, en algún caso, a iniciarse en el camino de la fe. Ese es el origen, también, de toda la imaginería de las fachadas y del interior de las iglesias y catedrales. Que lo que no se puede captar por el oído, se pueda hacer comprensible por la vista. Así pues, en su origen, las Cofradías y Hermandades, tienen tres claros sentidos: ayuda, penitencia y catequesis o evangelización.
 
En la base de todo esto hay un claro componente teológico y espiritual. Hasta ese momento, a Jesús, mayormente, se le contemplaba como el Hijo Dios. Las representaciones de Jesús, tanto en pintura como en escultura, eran las del Señor triunfante y glorioso. En torno al siglo XIII, surge el deseo de contemplar a Jesús en su vertiente más humana, sin dejar de lado su condición divina. San Francisco de Asís tuvo mucho que ver en todo ello. Se trata de un nuevo acercamiento a la figura de Jesús desde su Nacimiento hasta su Pasión y Muerte. Surge, lo que se podría denominar, una espiritualidad que se centra en el dolor y el sufrimiento de Jesús. Jesús, eres alguien que sufres como cualquier ser humano, tienes necesidades… Eres alguien que nos entiende porque sufres y padeces como nosotros.
 
En los siglos posteriores, sigue influyendo esta manera de contemplar a Jesús, manera que está en la base del auge de las Cofradías, en torno a la Pasión del Señor, en el siglo XVI. En el siglo XVIII tienen su origen las imágenes, cargadas de barroquismo, que contemplamos hoy procesionando por toda España. Después de algunos altibajos, las Cofradías resurgen con fuerza en la segunda mitad del siglo XX hasta el día de hoy.

La ayuda
 
La ayuda, como queda dicho más arriba, está en el origen de las Hermandades y Cofradías de Semana Santa. Ayudarse material y espiritualmente. Ayudarse a llevar las cargas de la vida. Diríamos que la Hermandad se constituye en un espacio y lugar donde compartir todo. Vivir la fraternidad teniendo como fondo la Pasión de Jesús. Se pensaba entonces: si nos solidarizamos con el sufrimiento de Jesús, acompañándolo en su Pasión y Muerte, lo mismo hemos de hacer con cada hermano de nuestra fraternidad, o de fuera de ella, que sufre o pasa adversidades. De ahí, los nombres de las asociaciones: Hermandad o Cofradía.
 
Últimamente, en muchos lugares, también en nuestro pueblo, esta ayuda mutua inicial se ha ido convirtiendo, cada vez más, en ayuda social. Muchas Cofradías y Hermandades tienen como objetivo ayudar a los necesitados, sean o no miembros de la asociación. De ahí surgen las ayudas directas: por ejemplo, las Hermandades de Granada sostienen un economato que atiende a  más de 150 familias. La ayuda también se canaliza a través de otras entidades como Cáritas u otras instituciones. Hoy se llevan a cabo, en muchos sitios, los llamados “ensayos solidarios” con recogida de alimentos. Compartir es algo connatural al cristianismo, por tanto no solo no resulta extraño que se haga desde una Cofradía o Hermandad, sino que es una consecuencia de su propio existir. Recojo de la revista ‘Vida Nueva’ unas declaraciones de una cofrade de Daimiel (Ciudad Real), dice así: “Yo no concibo una Hermandad sin caridad. Formar parte de una de ellas es algo más que procesionar en Semana Santa. Consiste en ser solidario con las personas que lo necesitan, con el prójimo a quien ves apurado”.
 
Quien pasea el dolor de Cristo y de su Madre por las calles no puede ser ajeno al sufrimiento de los demás. Ser cofrade, hoy, lleva  anejo, como en su origen, ayudar a quienes sufren y padecen en nuestro mundo moderno, tan técnico él y tan avanzado en muchas cosas, pero tan lleno de miserias y desigualdades. Los pasos de Cristo sufriente y dolorido nos recuerdan, es verdad, nuestros dolores y sufrimientos, pero también nos deberían recordar el llanto, el dolor y el sufrimiento de los débiles e indefensos, de los sin hogar, de los que pasan hambre, de nuestros ancianos solitarios, de los emigrantes, de los refugiados, de los perseguidos, de las personas maltratadas, de la víctimas de la trata humana, de los enfermos... Señor, ayúdame a ser “verónica” que sabe enjugar el llanto, a ser “samaritano” que auxilia en el camino, a ser prójimo de cada hermano, de cada ser humano. Que escenificar tu Pasión me lleve a salir al encuentro de la pasión del ser humano de hoy.

La penitencia


Al principio, el carácter penitencial de las Cofradías y Hermandades era muy fuerte. Existía en el sentir del pueblo la necesidad de purgar los propios pecados a través del sacrificio y el sufrimiento propios, acompañando a Cristo o identificándose con su Pasión. Cargar físicamente con cruces pesadas, arrastrar cadenas, flagelarse (práctica prohibida, afortunadamente, en tiempos de Carlos III), eran formas de procurarse sufrimiento para purificar el alma. Hacer sufrir al cuerpo para liberar el alma. Una mentalidad que se correspondía con una comprensión del ser humano influenciada, probablemente, por la filosofía platónica. Recordemos la famosa frase atribuida a Platón: “el cuerpo es la cárcel del alma”. La penitencia se entendía como un medio para liberar el alma de esa cárcel del cuerpo. Una mentalidad alejada de la visión bíblica del ser humano y, por supuesto, de la nuestra. Todo en el ser humano es bueno por ser creación de Dios.

Como he dicho, tampoco nosotros, tampoco hoy, se comparte esa visión del ser humano. Ni compartimos esas formas extremas de penitencia. Sin embargo, seguimos experimentando que somos pecadores (“el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, les dijo Jesús a los fariseos que querían condenar a la mujer adúltera), pecadores necesitados de penitencia y de perdón, pero, naturalmente, de otra manera. La Iglesia nos recuerda, a través del ayuno y la abstinencia cuaresmal (pequeñas penitencias), que el cristiano necesita de renuncias y privaciones para dominar sus impulsos, fortalecer la voluntad y aprender que, además de lo material, existen otros valores espirituales más valiosos y dignos de ser tenidos en cuenta. El ayuno y la abstinencia penitenciales hoy son tan suaves, que más bien son un símbolo y un recordatorio de esa necesidad de penitencia.

El verdadero ayuno y la auténtica abstinencia es renunciar a todo aquello que daña al ser humano, al prójimo, y hacer todo lo posible por dignificarlo. Así nos lo recuerda el profeta Isaías: “El ayuno que yo quiero es éste –oráculo del Señor-: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que va desnudo y no cerrarte a tu propia carne”.

Los cristianos de hoy también pensamos que, desde la fe y con visión de fe, asumir las dificultades de la vida, vivir con responsabilidad el propio estado, hacer bien nuestro trabajo, esforzarnos en la educación de los hijos, afrontar la enfermedad con realismo, ser buenos ciudadanos, superar nuestros egoísmos, encajar las dificultades del propio caminar cristiano…, por poner algún ejemplo, ya son formas de penitencia.

En nuestro pueblo, ya es una tradición que un grupo de feligreses, cada año, pida que se celebre una Misa a las 7’20 de la mañana durante la Cuaresma. Ese esfuerzo por madrugar y poder encontrarse con Jesús en la Eucaristía ya es penitencia. Es una buena preparación para la Semana Santa.

Pero, además, de esas formas de penitencia asumibles para cualquier cristiano, ¿podríamos, hoy, sin las exageraciones del pasado, recuperar el sentido penitencial inicial de las procesiones de Semana Santa? No sé si pensáis que hacer de costaleros y costaleras, algo realmente duro y sacrificado, o acompañar los pasos, es una forma de hacer penitencia. Todo depende del sentido que le demos.

¿Qué nos impide, por ejemplo, salir en las procesiones con una actitud interior penitencial? Jesús, que el acompañarte procesionalmente en tu Pasión y Muerte no se quede en algo meramente externo, que sea algo que me llegue al interior y ayude a sanar mi corazón, que me recuerde que Tú has dado  tu vida por mí, por mi salvación. Otra forma de darle un sentido penitencial a los desfiles procesionales sería prepararse previamente. Sería bueno acompañar a Jesús en su Pasión y Muerte reconciliados con Dios y con los hermanos y purificados de nuestros pecados. Los cristianos sabemos que para ello tenemos, desde siempre, el Sacramento de la Penitencia.

La catequesis y/o la evangelización
 
Pasear el misterio de la Pasión y Muerte de Cristo por las calles de nuestro pueblo es una tradición, pero no se reduce sólo a eso. Tampoco es un mero acto cultural, aunque también lo es. Procesionar ese Misterio de Cristo por las calles es catequesis, es evangelización, es Religiosidad Popular. La Religiosidad Popular es el modo como cada pueblo se expresa religiosamente, según su propia cultura. Para nosotros, una manifestación muy clara de la Religiosidad Popular son las procesiones de Semana Santa.
 
Nuestras procesiones de Semana Santa son parte de “ese modo como cada pueblo, el nuestro, se expresa religiosamente, según su propia cultura”. Esa expresión religiosa ya es en sí misma catequesis y evangelización. La catequesis es iniciar en los misterios de la fe. No es mera instrucción de contenidos, es también transmisión de experiencia, de sentimientos, de vivencias en el camino de la fe. Por eso, las procesiones de Semana Santa tienen ese sentido catequético y evangelizador, porque nos muestran de forma plástica los misterios de la fe referidos a la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Porque nos transmiten no sólo contenidos, también experiencias, sentimientos y vivencias. Durante la Semana Santa los miembros de cada Cofradía, siendo conscientes o no, hacéis la función de catequistas y evangelizadores de cuantos contemplan el paso de las procesiones, realizáis un servicio de transmisión de la fe a la gente de nuestro pueblo. Y todo ello sin pronunciar palabra, en silencio. Es algo parecido al primer anuncio cristiano: predicar a Cristo muerto y resucitado. Los primeros cristianos lo hacían de palabra, los cofrades de hoy mostrando, en silencio, los pasos que representan el Misterio Pascual de Cristo.
 
En la revista “Cruz de Guía” 2019, me he encontrado con un escrito de Francisco García Paredes, bordador y diseñador del manto de María Santísima de la Esperanza, donde expresa tan acertadamente lo que yo quiero decir, que no me resisto a citar literalmente algunas de sus propias palabras. Dice él: “Cuando una hermandad sale a la calle a procesionar no lo hace porque sí, lo hace con la idea de evangelizar y poner en conocimiento de todo el que la ve, la gran noticia que es para todos los cristianos la Semana Santa con la Pasión, Muerte y, sobre todo, Resurrección de Cristo”. Y añade: “Un Paso que porta a Jesús o a la Virgen es una “catequesis andante” en donde se enseña la Pasión de Jesús a través de los símbolos, importantísimos para los cristianos desde hace más de dos mil años…”

Sumar más que restar

Al principio, hemos recordado que en el origen de la Cofradías y Hermandades está sacar la liturgia a la calle para hacerla más cercana a la gente sencilla. Esto no significa que exista contradicción entre procesiones y celebración litúrgica. Más bien se complementan.
 
Por eso, la Semana Santa no es sólo procesionar imágenes por las calles de los pueblos. La Semana Santa es eso y mucho más. Es, sobre todo, la actualización litúrgica de los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. En la celebración litúrgica, lo que solemos llamar Oficios de Semana Santa o Triduo Pascual, revivimos los últimos momentos de Nuestro Señor y su Resurrección, con el convencimiento de que ese encuentro con Él, en la liturgia, es salvífico y liberador para todos nosotros. Repetir lo vivido por Jesús, de forma celebrativa y sacramental, nos une más a Él y nos ayuda a ser más cristianos.
 
La celebración de la Misa de Jueves Santo rememora y actualiza la Última Cena de Jesús con los suyos. Es el lugar y el momento de la institución de la Eucaristía. Es donde escuchamos las palabras de Jesús: “Haced esto en memoria mía”. Y eso es lo que seguimos haciendo, desde hace más de dos mil años, en cada Eucaristía. Es el día del amor fraterno: “Os doy un mandato nuevo, que os améis como yo os he amado”.

La celebración del Viernes Santo es la actualización litúrgica de la Pasión y Muerte de Jesús. Este día adoramos la cruz, porque la Cruz donde murió Jesús es para nosotros el árbol del que brotó la vida: “Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo”. “El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores”. “Sus cicatrices nos curaron”.
 
La noche entre el Sábado Santo y el Domingo de Resurrección, después del gran silencio del Sábado Santo, celebramos la Vigilia Pascual. Es el centro de toda celebración cristiana. Conmemoramos la Resurrección de Jesús. El triunfo sobre el pecado y la muerte. Con Jesús resucitamos todos a una vida nueva. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Recordamos las maravillas que Dios ha hecho con la humanidad hasta la Resurrección de Jesús. San Pablo nos recuerda: “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe”. Nosotros, en nuestro pueblo, prolongamos la alegría de la Resurrección con la procesión del Encuentro.
 
El Cristo sufriente y dolorido, el Cristo cargado con la cruz es también el Cristo de la Gloria, el que ha vencido al pecado y a la muerte, es el Señor de la Vida. Es el que abre la puerta de la esperanza al ser humano. Él es el único que llena nuestros corazones y sacia nuestra sed. Es nuestro Salvador, el que da sentido a nuestra vida y a la existencia entera. No estaríamos aquí si todo hubiera acabado con la muerte de Jesús, no celebraríamos ni la Semana Santa ni nada parecido. Jesús, es el convencimiento de que estás vivo lo que nos mueve a seguirte en tu camino, y también a celebrarte en los desfiles procesionales y en la liturgia. Es la certeza de que vives la que hace que tanta gente entregue su vida por Ti y por los hermanos. ¡Cuántas personas!, Señor, a lo largo de la historia, han querido seguir tus huellas. 

Acabando que es gerundio


 A lo largo de todo el año, amigos y amigas cofrades, hacéis un trabajo espléndido y sacrificado, impagable, para que las procesiones de Semana Santa salgan lo mejor posible. Eso es indiscutible y digno de todo elogio.
        
 Enhorabuena a todos aquellos que trabajáis con ilusión para que, una vez más, sea posible la Semana Santa monovera. De forma desinteresada, dedicáis tiempo y energías, ponéis vuestro saber y vuestro hacer al servicio de una causa noble. Hacéis posible, con vuestro esfuerzo, que por las calles se respire un cierto aire religioso. Son Cristo y su Madre que, en el deambular callejero, nos recuerdan a todos los misterios centrales de la salvación cristiana. Enhorabuena porque acercáis el Misterio de Cristo al hombre y a la mujer de la calle. 

 Quiero ir terminando ya con una felicitación que nos alcanza a todos, seamos o no cofrades. Me refiero al hecho, del que hemos tenido noticia recientemente, de que, por fin, se haya reconocido nuestra Semana Santa como bien de interés turístico provincial de la Comunidad Valenciana. ¡Felicidades!

 Acabado el invierno, la primavera se abre paso exuberante. Es un cúmulo de sensaciones, de mezcla de colores, sonidos y olores. Parece como si la naturaleza se aliara con nosotros para explotar con fuerza y devolvernos al Señor de la Vida. Colores de vestas, brillo de medallas, olor de flores, sonido de clarines, trompetas y tambores...
     
Que tinguem una bona Setmana Santa. Que el temps ens acompanye. Que l’esforç de tot l’any es veja recompensat. Gràcies per escoltar-me. Buenas noches. Bona nit. 

Rvdo. D. Francisco García Gran.

Pronunciado el sábado 13 de abril de 2019 en el Teatro Principal de Monóvar

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