Semana Santa Monóvar - Pregón 2008

   
  Semana Santa Monóvar
  Pregón 2008
 

Pregón de la Semana Santa de 2008


La Semana de la Melancolía

  Me complace dirigirme a la muy noble ciudad de Monóvar, tan fielmente manifestada con la presencia de su ilustre ciudadanía, y lealmente representada en este venerable lugar por sus dignas autoridades.
   A los miembros del Clero, en sus correspondientes ministerios, desde los monaguillos hasta el arcipreste.
   También me complace dirigirme a los cofrades, que ponen su granito de arena anual para que no se pierda esta tradición tan arraigada y guardan en sus armarios, como una reliquia, sus sayales y sus manteos, sus antifaces, sus cascos picudos de cartón, sus fajines coloristas; sus ilusiones y sus emociones.
   A los hermanos mayores de estas cofradías, y a los miembros de la Junta Mayor, que las representan, y que se empeñan cada año en engrandecer los actos de la Semana Santa monovera.
   A los nuevos vecinos, a los forasteros, a los extranjeros, e incluso a los que se han equivocado de lugar o no sabían dónde ir esta tarde.
Siéntanse todos bienvenidos.
Com deia el clàssic, i per si fa fred: si ens apretem cabrem tots.
   El que les habla es monovero de nacimiento y de convencimiento, y cofrade desde pequeñito del Sepulcro, y me cabe el honor de ser hijo del primer secretario que tuvo esta Hermandad, formando parte de aquel numeroso grupo de atrevidos y entusiastas fundadores que iniciaron su andadura en 1940 y 1941.
   En esta Cofradía he procurado salir y colaborar en cuanto he podido y me han pedido, especialmente en mis años de mocedad.
   También llevé algunas veces la cruz de guía y estuve durante varios años poniendo velas en los portacirios.
   Y cuando podía asistía a los ensayos de los 4 clarines y los 3 tambores que teníamos, que se realizaban en las naves grandes de las desaparecidas bodegas de los Mayorazgos, entre tragos de paloma o buen vino de la tierra, y comedidos puñados de “mesclaet”.
   Desde que dejé de ir en la procesión, no puedo resistirlo, y cada año salgo a su encuentro, como vagabundo que busca cada vez distintas sensaciones, situándome en parajes y calles novedosas o singulares.
   Y hoy efectúo el inmerecido honor que se me concede de pregonar sentimientos y emociones muy fuertes, tantos años anidados en los corazones de todos los monoveros, que ya estamos contando los días que faltan para la Pascua.
   Cumplo, pues, con el encargo de la Junta Mayor de Cofradías, de anunciar que, de aquí a nada, y según programa ya difundido, empezará otra vez La Semana de la melancolía, en la que se hace memoria de unos hechos que unen, en cada uno de nosotros, el pasado, el presente y el futuro, y se estrechan los lazos entre el cielo y la tierra.
   La Semana Santa es una costumbre cristiana muy arraigada entre los católicos y, más aún, entre los españoles y las naciones que históricamente aprendieron a rezar bajo su influjo.
   Es un sentir religioso con indudable atractivo en lo artístico, en lo estético y hasta en lo exótico. Que, pese a su repetición anual, sigue influyendo poderosamente en nuestros sentimientos, en nuestras profundas creencias y en nuestros talantes. Sólo unos clarines y unos timbales pueden anunciar, con la solemnidad con que lo hacen en Monóvar, a un gran personaje. Para los cristianos el mayor personaje es Cristo.
   Pero no sólo para los cristianos que siguen su calendario de festividades, sino para traer a la memoria nuestra propia historia; historia, sí, de una religión, pero también historia de un pueblo que mantiene viva en su memoria su tradición y sus orígenes.
   Lo que pasa es que los acontecimientos más importantes de la vida de Cristo se nos amontonan en estos días y hay que salir a la calle porque en el templo acaba de desbordarse la propia liturgia y es preciso escalonarlo y programarlo todo. 
 
    Es tan importante lo que sucede durante esos días que hay que meditarlos en otro momento, como la espléndida “oración sacerdotal”, la “oración en el huerto”, las 14 estaciones del Vía Crucis, las 7 palabras de Cristo en la Cruz, y aquello tan bonito que cantamos alegremente y que dice “un mandamiento nuevo nos dio el Señor…”.
   La niña espabilada que preparaba su Primera Comunión le preguntó a la catequista: Seño, seño, ¿por qué le llaman mandamiento nuevo?
   La buena mujer se aturulló y no supo responder.
   Menos mal que por detrás pasaba en ese momento un cura (creo que se llamaba don Antonio) y contestó él del siguiente modo:
   Se llama mandamiento nuevo porque, como su propio nombre indica, aún está por estrenar.
   Digo que la liturgia sale a la calle porque esta es nuestra costumbre y nuestra forma de ser. La mayoría de los pueblos de España cambia de fisonomía para convertirse durante una semana en una fastuosa ciudad llamada Jerusalén, donde ocurrieron los hechos que dividieron el mundo y su historia en dos partes.
   Monóvar, por su clima, su vegetación y su paisaje no lo tiene difícil. No necesita recargar sus tronos añadiéndole almendros, olivos, viñas ni palmeras. A pocos metros, en el ancho campo, los va a encontrar, y aquí, por las calles, puede recrearse uno con las imágenes que pasarán por su lado como si fuera un museo ambulante.
   Pero, atención, yo ya oigo a la Banda de Música. Y es que, en Monóvar, las cosas importantes se anuncian. En las fiestas de septiembre se dice a veces con ironía: “¡que ve, que ve!”, y puede no ser verdad. Pero cuando se acerca la Cabalgata de Reyes o se aproxima el rumor de una procesión, lo que se dice es verdad de la buena, más solemne y hasta más bíblica: “¡ya ve, Yahve!”Hay pocas descripciones de la Semana Santa monovera desde una perspectiva literaria. Están “les canyissaes” del escritor Joaquín Amo Abad, Canyís, quien se ponía del lado “dels Armats”, con sus  “caragols i remolins”, que son unos sesenta o setenta hombres con mostachos y barbas postizas que se quitaban después de la Resurrección, y corazas relucientes de hierro, un casco con cola, una lanza y “amb les cames al aire”... (Canyís: “Canyissaes”; anys 1906-1914).
 
Jesús Triunfante

 En efecto, hemos acertado, ¡ya viene la procesión! Es difícil mantener en la rigurosidad de la fila a padres y madres que van con sus hijos, unos al brazo, otros de la mano, todos con sus palmas y sus ramitas de olivo. Y es que esta es la procesión de los niños. Cuando éramos pequeños íbamos a la procesión con una chaquetita o un jersey nuevo. Muchos amigos me han enseñado esa foto con la palma. Y es que las madres nos decían que el “Diumenge de Rams, qui no s´estrena no te màns”. Un eslogan comercial histórico, acertado y exigente como pocos.

   Estamos en la calle San Juan donde huele a jazmines. El paso de Jesús Triunfante probablemente sea, además de la más amable, la imagen más barroca de todas las que aquí tenemos. ¿Se han fijado en la forma y hechura de las vestiduras, y en sus abultados pliegues? El burrito, donairoso, con esos ojos saltones de mirarte confiadamente y las orejas medio levantadas, mostrando la alegría y a la vez la reverencia de saber a Quien está llevando en sus lomos, tiene una pata delantera en disposición de dar un paso, lo que aumenta su dinamismo estético. No quiero perder de vista que en todas partes esta procesión es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, o la entrada de Jesús triunfante. Su llegada es “triunfal” por la admiración que le tiene el pueblo llano. Pero este domingo por la tarde ya empiezan a moverse las sombras de los insidiosos. ¡Sólo les faltaba a fariseos, escribas y jerarcas que les pasaran por las narices hinchadas de envidia esta entrada triunfante de Jesús! Cuando acaba la procesión, entrando en la parroquia y haciendo la misa, a los fieles nos leen completa y apresuradamente la Pasión del Señor.Prácticamente, en ese momento es cuando se hace lo que estamos haciendo aquí y ahora: El Pregón de la Semana Santa.
   Las palmas, que se han adquirido para agitarlas en señal de alegría, al igual que las ramas de olivo y de otros árboles, y los mantos que  le echaban encima como si fueran flores, hay hay que retirarlos o guardarlos cruzándolos en las rejas de los balcones porque están bendecidos y los objetos bendecidos no está bien que se tiren, ni siquiera que se arrinconen.
 
¡Oh Cristo que entras triunfante
en Monóvar y en mi vida!
Yo también soy caminante
que va buscando acogida.
 
Quisiera ser el burrito
que lleva un amo divino,
quisiera ser pequeñito
entre tanto torbellino.
 
“¡Hosanna!” dice la gente
con sólo reconocerte
viendo que llevas la estrella
que hace la ruta más bella.
 
El Cristo Cautivo
 
   Vamos a toda prisa, así aconsejan las Escrituras que nos preparemos para la Pascua. Ya nos situamos en el Jueves Santo. Acabada la Última Cena, el Señor se apartó al huerto de los Olivos para pasar allí la noche más terrible de su vida. Aquello era un ir y venir, alterado y nervioso, desde el lugar apartado que Él mismo eligió para hacer su oración con el Padre Eterno, hasta donde quedaron los tres discípulos más señalados y cercanos, con la idea de acompañarle. Pero ellos se durmieron. Acabada la oración, entran en el huerto los soldados y las turbas y se produce el prendimiento de Cristo con el traicionero beso de Judas. Maniatado, golpeado, derribado, el Señor se pasa el resto de la noche con el interrogatorio burdo ante el Sanedrín, con los que testimonian falsamente, con el abandono de los discípulos, con las negaciones de Pedro. Y al amanecer del Viernes lo llevan de Pilato a Herodes y de Herodes a Pilato, quien simula hacer un juicio público para rebajar el malhumor del pueblo que pide cruelmente la crucifixión. Y el Señor ha de pasar el mal trago de la innecesaria comparación con Barrabás, la brutal flagelación, la coronación de espinas, la burla de los soldados…
   Cristo cautivo está también aquí, preparado para cruzar como manso cordero ante autoridades civiles y religiosas, y un pueblo que no sabe lo que quiere. Su imagen refleja un cuerpo magullado y cansado, pero nervioso, con bellos ojos claros, que quieren mirar para todas partes buscando otros ojos que le den consuelo, compasión y confidencia. Al verlo, habla el sentimiento y escribe el pensamiento, casi sin querer:
 
¡Oh, Cristo amable e inocente!
¿Qué quieren hacer contigo?
Han retorcido sus mentes,
y a Ti te han escogido.
 
Perdona a tu pueblo, Señor,
que no sabe lo que se hace.
Te lo pedimos con amor,
por la bondad que nos nace.
 
Tu mirada tan afable,
nos mueve a la compasión;
tus ojos tan agradables
nos hacen pedir comprensión.
 
Nuestro Padre Jesús

   Y ahora cambiamos de escenario. Huele a caramelos en la plaza de la Sala. Antiguamente sonaban las matracas y se hacían burlas ante el primer paso.
   Ya está el Nazareno subiendo la cuesta, con esa concentración que le caracteriza, apretando su cruz y encorvando su cuerpo para llevarla en su hombro izquierdo, que forma parte del estilo de la escuela sevillana, que es, al parecer, el estilo del taller donde fue adquirida esta hermosísima y muy creíble talla. Otra característica puede ser la de hacerle un poco mayor en edad y muy moreno. (De ahí lo de nombrarle “nuestro Padre…”).
   Hay que buscar el sitio para poder mirarle de frente y retener en la mente su expresión pacífica y esforzada. Es otro de los pasos que tenemos en movimiento porque tiene un pie adelantado y una figura elegante sobre un trono muy bien tallado y adornado.
 
Viene Jesús jadeante
entre suspiros y llantos.
Viene Jesús por delante
entre tristes desencantos.
 
Va Dios con su alma caída,
del sobrepeso de la Cruz.
Va con la vista rendida,
distinguiendo cerca la luz.
 
Quedan todos conmovidos
en los barrios y en las casas.
Que no quede en el olvido
que eso es porque Cristo pasa.

Cristo Crucificado
  
   El Jueves Santo de antaño, el que yo recuerdo tan lejano, olía por las mañanas a toñas recién hechas. Por la tarde tenía lugar la Misa Solemne de la Última Cena del Señor, poniendo en escena el lavatorio de los pies con viejecitos que estaban alojados en el Asilo de Ancianos, y luego el traslado del Santísimo al Monumento, que se situaba en la capilla de la Virgen del Remedio, pero “edificado”, digamos, como un altar más encopetado, sumamente engalanado y en un nivel superior para facilitar su visión desde lejos, ya que se exponía para su veneración. Los miembros de todas las cofradías éramos citados para hacer turnos de vela ante el Santísimo en el tiempo que permanecía expuesto. Llegada la medianoche, los de la Adoración Nocturna hacíamos la Vigilia en la que se recordaba la institución de la Eucaristía. Pero una hora antes de la medianoche, el pueblo entra en una especie de trance que combina el silencio, la oscuridad, el olor a rosas, el sacrificio y la oración personal.
 
¡Cristo mío y de Monóvar!
La gente te ha visto herido
y por el pueblo ya ha dicho
que se les muere su joya.
 
Así que a tropel te llevan,
 ¡Cristo mío y de Monóvar!
Y te mecen y te arropan
por estas calles tan quietas.
 
Vas desnudo y vas sin frío.
Cada corazón te alienta,
Cristo de todos y mío.
¡Cristo nuestro y de Monóvar!
 
Los Monumentos
 
   En la época que venimos recordando se hacía un acto al mediodía del Viernes, algún sermón u hora santa, a la que asistían las autoridades y, a modo de romería sin rezos ni cánticos, se llevaba a cabo la Visita a los Monumentos.
   Mientras el Colegio Divina Pastora estuvo dentro del casco urbano, se podían visitar tres Monumentos: el de la iglesia parroquial, el del ex convento (luego asilo) y el del mencionado Colegio.
   Durante el recorrido, y como formando parte del séquito, algunas mozas se vestían de manolas con sus peinetas y mantillas, y luego iban a los jardines del Casino a hacerse las fotos de rigor para confundirse ellas mismas con las más hermosas flores de aquellos jardines. Esta costumbre de las guapetonas monoveras dejó de hacerse cuando adquirió mayor fuerza el vestir las mujeres tan elegantes prendas acompañando a la Virgen de la Soledad en la procesión de la tarde.
 
La Virgen de los Dolores
 
   Estamos ahora en la calle de Santa Teresa, porque ha parado aquí el trono de ruedas de la Virgen de los Dolores, grupo escultórico con dos imágenes, llamado asimismo Descendimiento; otro paso que también y tan bien diseñó y modeló el escultor monovero José María Alarcón
   Huele a claveles y a flores tempranas que aún no han abierto. No cabe mayor pena ni dolor, ni es fácilmente soportable ver a la Madre con lagrimones de sangre. Es la lástima humanizada que podemos apreciar viendo el conjunto de vida y muerte entrecruzados (siempre la cruz) de un barroquismo mediterráneo contenido.
   De la época que venimos recordando, este era el paso que primero se sacaba de su altar, porque una semana antes se le hacía el septenario de los Dolores, donde se cantaba a diario el Stabat Mater.
   Con esta cofradía descubrí una vez, siendo bastante pequeño y subido a las columnas que hay en el exterior de la puerta principal de la iglesia, cómo era la primera que hacía un toque de salida con cuatro clarines que sonaban lentos, solemnes, a gloria. Y, después, pasado ese rato de pedazo de cielo, salía con dificultades, pero con solvencia, el trono, porque en sus cuatro esquinas hay unas águilas preciosas en cuyo pico sostienen pebeteros de incienso. Y rezamos a las dos imágenes:
 
Jesús mío, pronunciarte es tener vida;
María, el mayor Remedio me alcanzas.
Jesús, en Ti está puesta mi esperanza;
Madre, las espadas te abren la herida.
 
Jesucristo, fin de alma bien nacida;
María, de quien eres semejanza.
Jesús, te mereces nuestra alabanza;
Virgen de los Dolores tan querida.
 
Jesús es quien da gracia, gloria y cielo;
María es la primera convertida.
Quien a Jesús busque, llame a María;
y pídale recibir su Remedio.
 
El Santo Sepulcro
 
   En la tarde del Viernes Santo las calles huelen a naftalina. Pero luego todo se mezcla con el incienso, la cera, los lirios, los jazmines y las almendras verdes, pelosas o alficosenques, que preludian buena cosecha al final del verano.
   Las calles están limpias y los portales y fachadas de las casas. Monóvar ha sido siempre muy cuidadosa y detallista, una ciudad que rima con calidad en todo lo que hace, aunque siempre hay cositas que se escapan.
   Salíamos en las filas de la cofradía un buen grupo de amigos. Por aquello de llevar la cara tapada te permitías enrollarte con alguna chavala de las que estaban mirando casi sin problemas de cortarse la conversación, puesto que a la siguiente esquina volvía a estar la misma chica y en la misma hilera, esperándote para seguir la charla. Y con la excusa de la entrega de caramelos oíamos declaraciones de amor y risitas nerviosillas de las muchachas. Lo más frecuente era que los tímidos aprovecháramos la ocasión para mirar a nuestra chica con más detenimiento, pero si ella nos miraba fijamente a los ojos, nos veíamos reconocidos y descubiertos, por lo que teníamos que mirar para otro lado con los mofletes ardiendo. Con un poco de atrevimiento, temblándonos la voz, le pedíamos si quería ser nuestra pareja para los días de Pascua. En la hilera nos amontonábamos para ver cómo los portadores del paso tomaban la esquina de la calle Glorieta. Los jefes de fila no hacían más que reñirnos y pedirnos silencio, que lleváramos el cirio apoyado en la cadera y que guardáramos una distancia con el de delante; pero nosotros, que íbamos hablando de nuestras cosas, siempre estábamos agrupados y nos pegábamos testarazos cada vez que nos parábamos.
   El Sepulcro fue la primera obra hecha para nuestra Semana Santa, en 1945, por el escultor monovero José María Alarcón Pina (1911-1999).
   Los que hemos visto muchos cristos yacentes, dentro o fuera de urna, góticos y hasta románicos, podemos decir (yo sí que me atrevo a hacerlo) que no he visto nada igual, por su naturalidad y credibilidad, incluso por su solemnidad.
   Aquí está su cuerpo desparramado a falta sólo de que estén totalmente estiradas las piernas y, aunque muerto, parece dormido. Y aún dormido, nos inspira devoción, fervor, veneración, poderío y autoridad; además de una compasión inenarrable. Su boca y ojos semiabiertos están como a punto de abrirse para mirarnos y para hablarnos.

Siempre que me dirijo a Ti,
Señor y Cristo Yacente,
te pido que cuides de mí,
que conmigo seas paciente.
 
Mira a nuestra Cofradía,
Señor y Cristo acostado.
No permitas en el día a día
que quedes abandonado.
 
Mira también a Monóvar,
Señor y Cristo complaciente.
Sus cabezas, manos y obras,
vidas plenas de alicientes.
  
La Virgen de la Soledad
 
   Como teníamos anunciado, la procesión del Viernes la cierran en Monóvar las Damas de la Soledad que acompañan a su titular y a sus cofrades. Aquí son conocidas coloquialmente como “las mantillas”. Llevan las peinetas de carey, que llamamos tejas, y mantillas de blonda, portando en sus manos su cirio rojo, su rosario y sus guantes; todo el conjunto de negro.
   Huele a rosa y a azucena cuando luce todo su esplendor por la Avenida de la Comunidad Valenciana. La Virgen de la Soledad va de riguroso luto, con contrastes de puntillas en finos trabajos de un blanco virginal depurado. El manto, largo, que llega hasta las andas del trono de plata, está bordado con filigranas que parecen de platino. Y la corona, de circunferencia ancha, es un enramado sencillo, dorado y reluciente, con unos brillos que se confunden con las estrellas cuando ya se ha hecho la noche en la ciudad. Las manos, que cogen con devoción los tres clavos de la cruz y la corona de espinas, llevan un pañuelo blanco de encaje. Son finas, femeninas, con acertada expresión de pesar y desolación. Son unas manos habladoras que tienen palabras diferentes para los que las miran y las admiran. Y son, para colmo, unas manos de Monóvar bendiciendo cada año a su pueblo. Esta cofradía, por aquellas épocas que comentamos, contaba con algunas niñas que llevaban descubierta su bella carita pecosa y preciosa, y portaban en un cojín los clavos y la corona de espinas.
   A la Soledad nos gusta mirarla de cara y dejarnos seducir por la serenidad que nos transmite. Es una mujer muy fuerte por todo cuanto ha sufrido, y a la vez, muy dulce, esbozando, muy tímidamente, una sonrisa confidente y escondida cargada de esperanza.

Señora de la Soledad:
Bendícenos y ten piedad.
Aquí esperamos tus hijos,
a que Él cumpla lo que dijo.
                              
Quiero curar tus heridas
pues tu llanto no soporto,
limpiándote tus mejillas
con pañuelos de hilo de oro.
 
Eres paz de los humanos,
¡oh Madre de la Soledad!
Monóvar puso en tus manos
gran bendición y caridad.
  
La Noche de las Noches
 
   El sábado de gloria antiguo se celebraba la resurrección con la “caigua dels Armats” (tots a una i com si foren taulons), el repique de campanas con mayor y mejor sonido (según Canyís) debido al descanso que han tenido durante unos días, ya que sonaba la matraca pero no las campanas. Por el pueblo –dice el escritor- se oyen truenos de escopetas y de pólvora, y otros sonidos de latas al golpearlas, de morteros, tiestos, botijos y tinajas, al romperlos.
   Actualmente el sábado es el día de la Gran Vigilia Pascual y de preparativos.
 
El Encuentro
 
   Y ahora pasaremos de las tinieblas del Sábado a la luz eterna del Domingo de Pascua. Hombres y mujeres se han puesto sus mejores vestidos porque van a acompañar a la Madre del Cristo aquel que era tan bueno y predicaba el amor, que murió atrozmente el viernes y fue precipitadamente enterrado. Por el pueblo ha corrido la voz que dice que a primera hora del Domingo, entre las primeras luces, saldrá María del Remedio (que así es llamada en esta minúscula parte del mundo), con su largo velo de su inmenso luto. ¿Pasará algo? ¿Cumplirá su Hijo aquello que dijo de resucitar al tercer día? ¿Y cómo será eso que es tan imposible de entender?
   Al amanecer, casi de noche todavía, la gente del pueblo ha ido a acompañar a la Madre de todos, guardando su silencio, desde la iglesia hasta que Ella ha entrado en casa de una amiga y se ha pasado el aviso de que tardará un par de horas. Las amas de casa mayormente han ido a sus cuitas domésticas a aprovechar el tiempo, pues es Domingo de Pascua y hay que hacer las deliciosas fasegures, que son un tanto laboriosas. Los más desocupados han pedido a los músicos que les alegren la mañana con algún pasodoble de estreno, y las autoridades han improvisado un bando invitando a tomar un desayuno en el ayuntamiento, para que nadie se arrepienta de haber madrugado tanto.
   Transcurrido aproximadamente ese tiempo, ven venir al Hijo con todo lujo de brillo dorado y de esplendor, en la custodia con la que siempre se le canta que es el Amor de los amores, entre acompañamiento alegrísimo de campanillas, excelentes sonidos de La Artística y voltear enloquecido de las campanas de la iglesia.
   Ahora se ven carreras de los que quieren avisar a la Madre y no perderse detalle, porque todo sigue transcurriendo demasiado deprisa. Pero Ella ya está camino de la Plaza de la Malva adonde llega al tiempo que el Hijo y se produce el impresionante Encuentro entre Jesús Resucitado y su Madre María del Remedio. Envuelve a la plaza un terremoto de emotividad incontenida. Tensiones, temblores y lagrimones, pelos de punta, clamorosos vivas, petardazos de pólvora desde la ermita de Santa Bárbara (que también se une a la celebración), el aletear gozoso de palomas que cubren el cielo de Monóvar, la interpretación de la marcha más oficial, y las reverencias que hacen todos siguiendo a la Señora cuando se desprende del velo de luto.
Aquello se desborda de entusiasmo y se hace difícil describirlo.
 
Monoveros, ¡qué alegría!
Hoy es el Domingo hermoso,
la solemnidad, el día
de nuestro Cristo glorioso.
 
Vamos todos, monoveros,
a la plaza de la Malva
nos espera el pueblo entero
con la cabeza bien alta.
 
Celebramos el Encuentro
de la Madre del Remedio
y el más santo Sacramento
con muchos vivas por medio.
 
   Queridos paisanos y paisanas: esto es lo que quería deciros en este Pregón. Para animaros a revivir la Pasión y la Resurrección de Cristo, participando un año más de los actos convertidos en fiesta. Y todos los años que nos queden de vida.
   Para mí es el momento de dar gracias.
 
Gracias, Señor, por la aurora;
gracias, por el nuevo día;
gracias, por la Eucaristía;
gracias por nuestra Señora.
 
Gracias, Señor, por Monóvar,
tierra de pan y de vino;
siempre dispuesta a renovar
la herencia que ha recibido:
 
Revivir sin par momento,
celebrar el gran encuentro
entre el resucitado Hijo
La Madre del regocijo.
 
y el pueblo allí congregado,
con buen gusto engalanado.
El remedio se ha cumplido:
A la muerte hemos vencido.
 
Monoveras y Monoveros: Felices pascuas.
Moltes gràcies. Muchas gracias.
 
 Demetrio Mallebrera Verdú.

Pronunciado el Sábado 1 de Marzo de 2008 en la Iglesia
Arciprestal de San Juan Bautista de Monóvar

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