Semana Santa Monóvar - Pregon 2016

   
  Semana Santa Monóvar
  Pregon 2016
 
Pregón de la Semana Santa 2016

SEMANA SANTA Y TEATRO  RELIGIOSO
A mi madre

Buenas tardes monoveras y monoveros, Presidente y Junta Mayor  de Cofradías de Semana Santa, autoridades, amigos y amigas.

Es para mí un verdadero honor pregonar la Semana Santa de mi vecino pueblo de Monóvar. Durante años he esperado el momento de ser pregonero de Semana Santa y hoy se hace realidad. 

De todas las fiestas que se celebran en el calendario tiene una especial significación para mí la Semana Santa. Desde pequeño me apasioné por estas fiestas de calendario variable, pero siempre rozando los albores de la primavera, estación junto al otoño, también preferida por mí.

Creció esta pasión a la par con la del teatro, dedicación a la que estoy ligado desde hace más de cuarenta años. Y fue a mis siete años, siendo monaguillo de mi parroquia cuando un vicario, D. Rafael, junto con mi padre me propusieron interpretar el ángel de la Pasión. Y pocos meses después debuté en los escenarios vestido de blanco y con una anécdota que después contaré.

La lectura y el estudio del teatro me llevaron a conocer que lo que ahora hacemos en nuestras calles cada Semana Santa, tiene los antecedentes en algo que hacían los griegos hace más de dos mil quinientos años: “La Pompé” que Ptolomeo Filadelfo describió y escribió y que afortunadamente ha llegado a nuestras manos.

El texto de la Pompé consiste en una descripción de la gran procesión llevada a cabo en Alejandría por Ptolomeo Filadelfo, posiblemente en ocasión de la gran Ptolemaia, festival instituido por Filadelfo en honor de su padre. En la descripción del desfile es llamativo la magnificencia de los metales preciosos, la variedad y el número de elementos que se registran para cada carroza del desfile, que dejaban ver la influencia local egipcia de larga tradición ceremonial.

En las fiestas Dionisiacas, antes de cada estreno teatral se realizaba La Pompé, una desfile que llegaba a la escena teatral y que tiene mucha similitud con una procesión de nuestras semanas santas.

Encabezaba el cortejo un cartel, lo que ahora puede representar un estandarte, había música, acompañamiento de sacerdotes y autoridades, seriedad, una imagen central exaltada con pebeteros de incienso, en fin y resumiendo, los antecedentes de una procesión actual.

Pero al margen de estéticas, lo que me llamó y me llama la atención es la organización y la entrega de los participantes activos de cada una de las procesiones. Una organización en hermandades o cofradías que a lo largo de un año, preparan lo que se va a mostrar en unas horas por nuestras calles si el tiempo nos acompaña, porque la inestabilidad de marzo y abril puede dar al traste con el esfuerzo de un año.

Gente variopinta de todos los estratos sociales, con una religiosidad más o menos acentuada, se reúnen para sacar a su imagen con el mayor esplendor el día señalado. ¿Qué les une? Es un misterio, pero roza la camaradería, el mostrar lo bello, el sentirse protagonistas desde el anonimato, el continuar la tradición y mejorarla con esfuerzo y dedicación.

Y para ello se reúnen y planifican, lo que en teatro se llama trabajo de mesa. Ven el presupuesto necesario y como conseguirlo, lo que en teatro es la producción. Hay unos ensayos y una puesta en escena donde se llega al sentimiento del público que se emociona, reflexiona y aplaude una levantá o la entrada en el templo. Se contrata y se selecciona la música, que realza la salida a la calle, un encuentro y una pasada por la carrera oficial ante la tribuna de invitados.

Se solicitan los permisos, todo está en regla y hay unos estatutos y unos reglamentos que cumplir, unas normas, nada se improvisa. Y por eso me gusta.

Comencé haciendo Els Tribunals, siguiendo la estela de mi abuelo, de mi padre y mi tía, que junto con mis hermanos hemos seguido, pero a mí me cabe el orgullo de ser el director actual de una tradición más que centenaria.

Por eso vivo la Semana Santa, y me ufano de conocer muchas de nuestra geografía, de un modo muy especial las andaluzas, castellanas y las murcianas y alicantinas. Y en este pregón voy a intentar unir teatro y Semana Santa tal y como yo, apasionado de las dos realidades, las veo.

Antes de salir un paso, esas obras de la imaginería que tanto me gustan, desde el barroquismo sevillano a la sobriedad castellana, le pongo en mi imaginación un trozo de texto de la Pasión que conozco al dedillo porque aunque es en verso y de duración larga, la he retenido y la retengo en mi memoria de actor.

Por eso cada semana santa que comienza con la procesión de la entrada de Jesús en Jerusalén, conocida por la de la borriquilla o la de la burreta, yo le pongo el texto de las profecías, esas arengas duras de Jesús a sus paisanos que iban a celebrar la Pascua. El paganismo iba en aumento y él lo criticó, ante los oídos atónitos de los sacerdotes, que se preguntaban quién era el que se atrevía a decir:

Jerusalén. Jerusalén triunfante
que orgullosa te muestras de tu gloria
y tus cúpulas alzas arrogante
proclamándote reina en la victoria.

Se acerca ya el cruel, supremo instante,
que no quede de ti ni aún la memoria
en que los venideros, entre asombros,
no puedan contemplar ni aún tus escombros.

Tus soberbios palacios
convertidos en polvo han de quedar
y tus pendones
entre el lodo veranse confundidos.

Arrasarán tus muros
las legiones que mandará el Señor
y enfurecidos al crimen de tus hijos,
a montones, sobre tus ruinas con afán cruento,
hacinarán cadáveres sin cuento.

Jerusalén, Jerusalén, que en breve
hallarás sólo agonía
y ser espanto por doquiera debe
la que reina de Egipto fuera un día.

El pueblo de Israel, que en ti se mueve,
ya escuchó de mi voz la profecía.
Jerusalén, Jerusalén potente,
ante el Dios de Abraham, dobla tu frente.


No fue buen comienzo para las fiestas de la Pascua judía. Un revolucionario que tres años antes fue pregonando el evangelio y proclamándose hijo de Dios, el añorado Mesías, entraba aclamado por la muchedumbre. Se había opuesto al poder establecido, había criticado a los escribas y fariseos, les había llamado “sepulcros blanqueados”, les había echado a latigazos del Templo y los milagros, eran su carta de presentación. Mucha pólvora acumulada a la que había que hacer estallar. Faltaba la mecha y Jesús con su aparición en Jerusalén la había servido en bandeja.

Mientras el Sanedrín buscaba los apoyos del pretor romano, ya que ellos estaban bajo el poder de Poncio Pilatos, Jesús aún tuvo tiempo de visitar a su madre y despedirse de ella. Se sabía carne de cañón y buscó en María el último momento balsámico para el calvario que se le avecinaba. La visitó en su casa y sus palabras pudieron ser éstas:

    JESÚS.-    ¡Madre querida! Secad los párpados rojos, que el llanto de vuestros ojos va matando vuestra vida. (Pausa.) Madre, aunque en eterno duelo quede el pecho ya sin calma, os pido madre del alma permiso para ir al cielo.

    MARÍA.-    ¡Ah, Jesús, tened piedad! Separarme a mí de vos...!

    JESÚS.-     Madre, me lo manda Dios; cúmplase su voluntad.

    MARÍA.-    ¡Oh, Jesús mío, mi bien, el duro trance se acerca...!

    JESÚS.-    Estaré cerca, muy cerca de vos y de Jerusalén. Me ordena Dios, madre mía, y mi voluntad es suya, que antes que muera, instituya la Sagrada Eucaristía. Lleno de amor le obedezco y lleno de amor le admiro, y hasta el último suspiro de mi vida yo le ofrezco. Sumido en dolor profundo en pos de aquesta misión, el cuadro de mi Pasión haré conocer al mundo. 

    MARÍA.-    ¿Cómo resistir podré?

    JESÚS.-    Teniendo en Dios confianza. Soy del hombre la esperanza y es preciso tener fe. Fruto dulce, fruto opimo, con mi sangre el mundo espera. ¿Qué importa, madre, que muera, si a la humanidad redimo?

    MARÍA.-    ¡Todos salvados serán!.... Mas mis lágrimas me oprimen.

    JESÚS.-    Madre, escuchad. También gimen los pobres hijos de Adán.
   
    ÁNGEL.-    (Aparece.) Ved, Señor, la aflicción, las penas en que están; consuele vuestro amor los hijos de Abraham.
   
    JESÚS.-    ¿Lo oís? ¿Comprendéis ahora mi deber, madre querida? ¡Justo es que les de mi vida para salvarlos, señora! Abraham lo fue a pedir; Dios se lo ha ofrecido, madre: y lo que ofreció mi Padre es necesario cumplir. Más cálmese vuestro duelo, que aunque muero, madre mía, me veréis al tercer día elevarme al santo Cielo. ¿Qué placer que más os cuadre? De querubes circundado, allí me veréis sentado a la diestra de mi Padre. Mas antes, esta es mi suerte, debo arrancar al averno esas almas, y al Eterno conducirlas con mi muerte.

    MARÍA.-    ¡Hijo mío a quien adoro! ¿Cómo podré resistir? Marchad, marchad a morir, ya que no bastó mi lloro. Redimid al mundo, hijo, ya que así lo ordena el Padre. Mas, ¿quién redime a una madre de su tormento prolijo? Tan sólo una concesión os pido, Señor, aquí. Que me hagáis pasar a mí vuestra sangrienta Pasión. Sufra con vuestro sufrir, llore con vuestro llorar, pene con vuestro penar y muera vuestro morir.

    JESÚS.-    ¡Padre, que su dicha empañas, inmenso Dios, justo y bueno! Me ha alimentado en su seno, me ha llevado en sus entrañas. ¡Calmad, calmad su agonía, tened de ella compasión!

    MARÍA.-      ¡Hijo de mi corazón...!    

    JESÚS.-      Adiós, adiós, madre mía.

Pero le queda despedirse de sus incondicionales. Lo hace en la Santa Cena. En nuestras semanas santas el paso/los pasos de la Cena son de lo más espectacular. Son trece figuras amén de la mesa. Eso pesa lo suyo y si ha de ir a hombros de costaleros, requiere de muchos/as costaleros/as y de una sincronización en el esfuerzo. En Alicante, el paso de mayor envergadura de España que desfila los Jueves Santos, necesita de doscientos hombros para procesionar por la carrera oficial. La figura de Judas, girando la cara y amagando el gesto, es reconocible, como la del discípulo amado Juan, que suele reposar su cabeza en el hombro. Pero hay una figura que centra las miradas. De pie, con su cabeza coronada con las tres potencias y el gesto de bendecir a los apóstoles. ¿Qué les diría en aquel momento? Yo cuando veo la Santa Cena procesionar por nuestras calles, recuerdo uno de los pasajes de la Pasión más poéticos y más aleccionadores:

¡Voy a morir, y de vosotros lejos! Pero antes de que llegue el trance fuerte, escuchad, hijos míos, los consejos de éste que por los hombres va a la muerte. ¡Sed de la caridad vivos reflejos! ¡Del pobre, consolad la triste suerte! Que aquel que a la pobreza da un consuelo se abre las puertas del divino Cielo. ¡Amaos en la tierra como hermanos! Apoyo al débil dad, pan al hambriento. Al desnudo vestid, y vuestras manos al ciego guíen, de la luz sediento. Con el fuerte y el soberbio sed humanos; de la Fe el estandarte dad al viento; y el nuevo Testamento, al que me inmolo, predicad sin temor de polo a polo. Cruzad sin miedo los revueltos mares, que a doquier que vayáis constante os sigo. Llevad la calma a los inquietos lares, ya sean del magnate o del mendigo; y si en vuestro camino hubiere azares y al encuentro os saliese un enemigo, que al crimen no os conduzca la impericia: ¡Justicia nada más! ¡Sólo justicia! La ofensa perdonad del temerario; el perdón demandad, sufrid la afrenta, pensando, así al hacerlo, en el Calvario, donde muerte a sufrir voy triste y lenta. Que así lo ejecutéis es necesario, pues de ello me daréis estrecha cuenta. ¡Adiós, hijos del alma...! Más no digo. ¡En el nombre del Padre, yo os bendigo!

A Jesús no le queda otra, se ha de enfrentar a lo que está escrito, aunque duda, vacila, es tentado y en un momento de debilidad pide que se aparte de él el cáliz de la amargura. Este es el momento que dije en el inicio del pregón que contaría más adelante. En mi debut haciendo de ángel, tenía cuatro intervenciones. Tres al principio de la obra y la del ángel de la pasión. Tenía tan solo siete años y la representación entonces duraba varias horas, sobre todo cambiando decorados. Cuando acabé las tres primeras salidas a escena, me fui con mi abuela Julia “la Sacristana” que ocupaba el pasillo de la primera fila para ver a su nieto actuar y en sus brazos me quedé dormido. Cuando el “consueta” (que así se conocía al regidor de la obra) fue a por mi para la escena del Huerto de los Olivos que iba a continuación, mi abuela les dijo que no me despertaba. “L’angel està en el cel. Feu l’escena sense ell. Està dormint i no el desperte.” Pero volvemos a la noche de luna llena donde Jesús suda sangre. Ya está solo, sus discípulos duermen rendidos por el cansancio y la noche y las turbas capitaneadas por Roboán le prenden en el huerto de Getsemaní y es llevado ante los Sumos Sacerdotes ante la desbandada de sus discípulos. La imagen del Cautivo, que prácticamente todas las Semanas Santas incorporan como talla de vestir a sus procesiones nos da la imagen exacta del momento. La procesión de Monòver que tuve el placer de contemplar el año pasado me encantó. Como un delincuente, atadas las manos, es conducido ante Caifás. Ni Pedro le sigue, aunque más tarde y después de negarlo tres veces se arrepiente y llora amargas lágrimas antes del canto del gallo. La imagen del apóstol Pedro es esencial en nuestra Semana Santa. Junto con San Juan está en todos los desfiles y muestran su amor al Maestro acompañándolo, a veces desde la distancia en su tormento. A San Pedro se le ve en los tronos acompañado del gallo. Se lo dijo Jesús: “Antes de que el gallo cante, al ver del alba el lucero, tres veces me has de negar”    . Pero le negó. Cerrad los ojos, poned en vuestro interior una de las imágenes que procesionan de San Pedro y quizá sus frases fueran:

 ¡Qué hice yo, miserable y fementido! ¡Piedad no hay para mí en el Cielo santo, pues antes (¡oh Maestro!) que a mi oído del nuncio de mi mal llegara el canto, por tres veces negarte (¡ay!) he podido! ¡Invocar tu piedad solo me resta, si por ventura la piedad merece, la negra acción que cometí funesta!... Mas ya el remordimiento en mi alma crece. ¡A mi culpa, Señor, tu perdón presta!

A partir de este momento la soledad es su compañía, él de tribunal en tribunal -Caifás, Pilatos, Herodes y de nuevo a Pilatos- en una noche amarga como el acíbar, pero necesaria para que se cumpla lo que los profetas predijeron. Azotes, insultos, corona de espinas, manto rojo, salida al balcón donde el pretor romano pronuncia el “Ecce Homo”, nos dan una cantidad de instantes recogidos por los imagineros para realizar sus barrocas tallas. Salzillo en su Cristo de la Columna de Jumilla tiene uno de sus máximos exponentes. El Cristo de la Canyeta en Alicante, de Antonio Castillo Lastrucci y otros muchos procesionan con el fervor de sus costaleros por nuestras calles.

De todos los actos que se incluyen en este episodio del prendimiento, todos rudos, cargados de tensión, de insultos, de violencia física i psíquica, destaca el brote de humanidad del pretor Poncio Pilatos que alivia la carga emocional del clímax al que el espectador está sometido en el desencadenante de La Pasión. Se agradece unas palabras como éstas. Las pronuncia Pilatos, al que el problema ni le va ni le viene, pero que ante la presión acaba por dictar sentencia. En la soledad de su palacio, cuando están a punto de llevarle por primera vez a Jesús ante su presencia hay unos versos tan bonitos como estos:

Hambrientos de castigo los judíos entregan a Jesús a mi justicia; y al ídolo que ayer cantos alzaban, hoy, en su furia, miserables pisan. ¡Esta es la humanidad! ¡Estos los hombres, que pagan el amor con saña inicua, declarándose acérrimos contrarios de aquél que por su bien sólo predica!...

Y termina diciendo:

¿Por qué de Roma augusta en detrimento y en mengua de mi honor ¡oh estrella mía!, llegó a mis manos tan absurda causa?... ¿Y consentir podré tal injusticia? ¡Si una centuria más aquí tuviera, quién es Pilatos, Israel sabría!... Aquí llega Jesús. En este trance, al Supremo Hacedor ruego me asista.

Jesús es parco en palabras, su agotamiento y su maltrato le cierran la boca y hasta el momento de expirar tan solo la Pasión recoge frases sueltas. Pero si el texto no fluye, lo que si se derrama es la intensidad de cada momento a partir de ahora, en infinidad de pasos sacramentales. El Cristo con la Cruz camino del Calvario, las Caídas, las santas mujeres (Verónica enjugando el rostro, su Madre María que le sale al camino), Cirineo, etc., componen momentos que los escultores han sabido con su gubia trasladar a cientos y cientos de pueblos de nuestra geografía para que en cada albor de primavera salgan a la calle acompañados de capuchos, bandas de cornetas y tambores, estandartes, bocinas, cruces de guía, acólitos ceroferarios (los que portan los ciriales) y acólitos turiferarios (van incensando el paso), vestidos con casullas dalmáticas o sotana y sobrepelliz. Todos componen un cortejo elegante y procesional que a mí personalmente me emociona. No concibo la procesión sin normas que la regulen. No me gusta ver niños campando a sus anchas, voces altisonantes, ni gente mal vestida en la cofradía. En cambio, un paso en la noche, con aroma de incienso, con una marcha procesional bien interpretada y unos costaleros meciendo a ritmo, dan prestigio a la Semana Santa de una ciudad ante los ojos de los simples espectadores y ante la entrega de los vecinos que aportan su fe y su tradición cada año en estas procesiones.

La mañana del Viernes Santo congrega a muchos espectadores para ver el colorido bajo la luz del sol y los brillos de los bordados en unos pasos que derrochan belleza y plasticidad. La procesión del camino al Calvario centra la mañana donde se puede ver el paso de la Verónica, grupos escultóricos con Cirineos, soldados romanos, las caídas de Jesús Nazareno, la Madre siguiendo su lento y pesado camino al Gólgota donde le espera la muerte en la cruz. En la representación teatral, estos momentos son de cierta complicación escénica y la mayoría de autores hacen una elipsis y nos llevan al momento de estar clavando al Nazareno en la cruz o con ésta ya en pie. Las palabras sobran ante la crudeza y el impacto del momento escenificado, pero una vez llegan al pie de la cruz su madre María, su discípulo Juan y las Santas Mujeres, todos los autores coinciden en plasmar las siete palabras que pronunció en los instantes que preceden a la lanzada que atravesó su costado. Es muy teatral el momento de la lanzada al costado de Jesús. Longino o Longinos, un soldado romano, según el evangelio apócrifo de Nicodemo o las Actas de Pilatos, también apócrifas, es el encargado de cercenar el hilo de vida que queda en Jesús. Era ciego, pero recobró la vista al salpicarle la sangre del crucificado. La Iglesia Católica, la Ortodoxa Oriental y la Armenia veneran a Longino como mártir. En el Martirologio Romano se celebra el día 16 de octubre. En la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, se halla una estatua de Longino esculpida por Bernini.

Pronunciadas las palabras: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen y dada la premura de la fiesta judía debían bajar a toda prisa a Jesús de la cruz y proceder a su entierro. Son Nicodemo y José de Arimatea los que ayudan a bajarlo del madero y entregárselo a una madre traspasada por el dolor. Unos la presentan como Nuestra Señora de los Dolores como aquí en Monóvar, otros las Angustias, pero para mí es La Piedad, influenciado por la escultura de Miguel Angel, la que todos reconocemos en ese momento amargo. Una madre solo puede llorar en estos momentos que le entregan a su hijo cadáver, ajado de golpes, coronado de espinas y sangrante, aunque los escultores nos lo presenten con expresión relajada.

Todos y todas que estáis escuchando este pregón podemos fijar en nuestra mente la imagen de la Piedad. María y su hijo apoyada la cabeza en sus rodillas. El poeta de la Pasión escribió estos versos que quizá salieron de la boca de una madre de Dios compungida:

Corona que orlando sus sienes divinas con fieras espinas su sangre vertió. Tú fuiste en su frente cruento martirio del cándido lirio que al mundo salvó. ¡Oh, clavos agudos, que asaz inhumanos, sus pies y sus manos clavasteis también! En sangre empapados de un ser tan benigno, de hoy más, seréis signo de dicha y de bien. ¡Desciende, Dios justo; desciende Dios bueno; y ven en mi seno tu cuerpo a posar!

Contempla piadoso, ¡oh, célico Padre! a la pobre madre que absorta en tu luz, del hijo sostiene los tristes despojos, llorando sus ojos al pie de la cruz. ¡Adiós, mi ventura! ¡Adiós mi embeleso! El último beso recibe de mí. Mas no, mi delicia, ¿tan pronto dejarte?, ¿quién arrebatarte puede ya de aquí? Si alguno a intentarlo se atreviera impío, tu madre, hijo mío, sabralo impedir. Más ¡ay! Se trastorna mi mente insensata. La pena me mata, me siento morir.

La Semana Santa ha pasado lo que en teatro se denomina clímax o momento cumbre y pasamos al desenlace que tiene dos partes acentuadas, la primera es el Santo Entierro. No hay Semana Santa en la que no procesione un paso con Jesús yacente, bien en urna de cristal para que se pueda ver la imagen, aunque el sepulcro era de piedra, o bien momentos antes de ser depositado, en el que encontramos al difunto rodeado de personajes, las Marías y los citados Nicodemo y José de Arimatea, al que se une el discípulo Juan. Es un paso que reviste solemnidad, el Viernes Santo es fiesta nacional y el paso suele llevar guardia de honor y las Corporaciones Locales suelen presidir esta procesión denominada oficial. En algunas poblaciones como la diocesana Orihuela, que se celebra el Sábado Santo, el Caballero Cubierto, vestido de frac y tocado con sombrero de copa, no se destoca al paso por la Catedral portando el estandarte. Por cierto, que procesión tan especial, ningún cofrade debe perdérsela. En Orihuela el Caballero Cubierto cruza tocado la Catedral, pero el paso del Triunfo de la Cruz, más conocido por La Diablesa, no entra en sagrado y bordea la catedral. El paso fue creado por Fray Nicolás de Bussy, pero ni aun siendo un fraile el que lo esculpió puede seguir el cortejo procesional, todo porque la imagen del diablo es femenina y lleva los pechos al aire. En el arte sacro manifestado en la escultura, en la iconografía y en la pintura, el paño de pureza ha sido la solución para que la imagen de Jesús, no muestre la desnudez natural de aquellos trágicos momentos.

Volviendo a la tarde del viernes, una vez bajado Jesús de la Cruz, es José de Arimatea, un prohombre de la época, el que presta su huerto donde hay una cueva para dar sepultura al muerto. En el texto de la Pasión hay unos versos preciosos. Es José quien narra a Pilatos lo sucedido horas antes en el Gólgota. En pocas palabras no se puede condensar tanta imagen. Escuchen:

La tierra, al morir, temblando sus abismos enseñaba; y el aquilón rebramaba las montañas arrasando. El claro sol fue ocultando de su lumbre la grandeza; todo fue luto, tristeza, desolación; de tal suerte, que al morir, lloró su muerte toda la naturaleza. Creo que no dudaréis por más que mucho os asombre, que ese es el Dios hecho hombre...

   PILATOS le pregunta.-    Acabemos: ¿qué queréis?

   JOSÉ.-    Que la licencia nos deis para poder de concierto bajar de la cruz al muerto; y después, mi honor lo jura, llevarle a la sepultura que le he labrado en mi huerto.


Una vez realizada la ceremonia de darle sepultura, solemne en el rito judío, pero en este caso de Jesús abreviada, porque la noche se echaba encima, pasan los tres días que las Escrituras cuentan hasta la Resurrección. Pero en realidad son unas horas de la tarde/noche del viernes, el sábado y unas pocas horas de la madrugada del domingo. Más o menos 35 horas estuvo enterrado y entonces pasamos al epílogo de esta semana de pasión. Es el momento que la cristiandad celebra como el triunfo de la vida sobre la muerte, pero la Pasión, hace versos que perdió la voz de Jesús y de nuevo tenemos que recurrir a uno espectadores activos para que el poeta ponga en su boca el momento de la resurrección, tan espectacular teatralmente como el de el momento de la expiración. El Centurión Romano y un soldado nos recitan los momentos previos a que se abra el sepulcro:

   CENTURIÓN.-    ¡Grabada tengo en mi ser la escena de horror que vi! Y a su recuerdo ¡ay de mí! Va mi mente a enloquecer. ¡Y hasta que la muerte fiera mi cuerpo en la fosa combe, del Gólgota la hecatombe me seguirá por doquiera! Por eso ¡ay Dios! Impaciente, anhelante el alma mía, espera el cercano día con viva ansiedad creciente. (Pausa.) ¿Resucitará?... ¡Esta idea que abrasa mi cráneo siento! ¿Cómo dudar, ni un momento, del Mártir de la Judea? ¿No vi con miedo profundo, sin que esto mi valor veje, que al morir se rompió el eje de la máquina del mundo? (Pausa.) Está en la conciencia mía creer, sin que a nadie asombre, que resucita ese hombre al cumplir el tercer día. ¡Oh, Señor! En cuenta toma lo que mis labios pronuncian. (A los soldados.) ¡Centinelas, vigilad, que el momento está cercano!

   SOLDADO.-     ¿Cree el Centurión romano que resucite?

   CENTURIÓN.-    Callad.

   SOLDADO.-     Harto callé, Centurión: y mal que a Pilatos pese, es necesario que cese tan injusta humillación. Nada mi brío domina; en la lid nunca cejé, y con mi sangre regué los campos de Palestina. Pero mi honor se rebela contra Poncio, que a un huerto nos mandó, para que a un muerto hiciéramos centinela.

   CENTURIÓN.-    Calma, calma tu furor, que si hacernos quiso injuria; el mando de la centuria resignaré ante el Pretor. Y si éste no fuera justo, si nos quiere despreciar, nos iremos a quejar al César Tiberio Augusto. Mas... acaso cierto sea que resucite.

   SOLDADO.-        ¡Patraña! Con ese cuento se engaña a las gentes de Judea.

    (Se empiezan a escuchar detonaciones y un rumor de fondo.)

   CENTURIÓN.-    Callad; percibo un rumor...

   SOLDADO.-        Es cierto; también lo noto.

   CENTURIÓN.-    ¿Será un nuevo terremoto?... ¡Temblando estoy de pavor!

   SOLDADO.-        Crujir a mis pies lo siento, y por instantes acrece!

   CENTURIÓN.-    ¡¡El sepulcro se estremece y retiembla el pavimento!!

La mañana del domingo no hay procesión que no sea un encuentro entre el Cristo Resucitado y su madre María que deja el luto y el dolor de una semana de sufrimiento y se convierte en Alegría. Hay pueblos con tradiciones muy peculiares como la de aquí de Monòver, en la plaza de la Malva, o como la de Alcoy conocida por la procesión dels Xiulitets, donde los portadores de las andas llevan a toda carrera cuesta arriba para demostrar la alegría de la Madre que vuelve a ver a su Hijo.

Y este pregón llega a su fin. Con el deseo que cada año venidero el pueblo sencillo vuelva a organizarse para sacar los pasos a nuestras calles y que perdure tan ilustre y piadosa tradición, agradezco a los asistentes y a quienes confiaron conmigo para pregonar la Semana Santa de Monóvar su atención. Buenas noches.

D. Javier Monzó Pérez.

Pronunciado el 12 de marzo de 2016 en el Teatro Principal de Monóvar

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