Semana Santa Monóvar - Pregon 2018

   
  Semana Santa Monóvar
  Pregon 2018
 
Pregón de la Semana Santa 2018

"CONVERTIOS Y CREED EN EL EVANGELIO"

SALUDAS

Buenas noches. Con este saludo comenzaré y acabaré. Es justo y necesario, es un deber como persona educada, desear lo mejor a los demás y en este saludo reitero mi intención, y que no es otra, que desearos que esta noche, o al menos este rato que vamos a pasar juntos sea bueno y placentero. Buenas noches para todos y en especial al culpable de que yo esté aquí esta noche: a Don José Ríos Armero, Presidente de la Junta Mayor de Cofradías de Semana Santa. Pero no te asustes porque no eres culpable de nada, sino todo lo contrario: eres el motivo de mi felicidad desde que me elegiste Pregonero junto con tu Junta Directiva: La Junta Mayor de Cofradías de Semana Santa. Un saludo sincero para ti y para todos ellos. Sr. Cura Párroco, Don Enrique, un abraç molt fort, gràcies per la teua ajuda. Per cert, jo no sé si Ibi tindrà un teatre tan bonic con este. És broma. Padre Haarol, vicario y vecino de calle, un saludo. Sr. Alcalde, Nacho, amic i poeta, bona nit. Me encanta eixe poema que diu: Estás conmigo y echo de menos verte hasta en el breve segundo en el que parpadeo me voy a quedar ciego amor ciego de amor de tanto querer verte. Eres un artista. A la corporación municipal de nuestro Ayuntamiento, gracias por acompañarme. Al personal del Teatro Principal, agradecido. Y como no, un saludo muy especial para Álvaro Fenoll y Paco Samper, quienes darán forma y estilo a este pregón. Sou uns  profesionals i fenómenos.  A las personas que forman parte de este pregón, deciros que os quiero mucho. A los fotógrafos que ponen imagen a la emoción de cada Semana Santa, enhorabuena. A los cofrades que me acompañáis, gracias por formar parte de este misterio. Mayordomía de la Virgen del Remedio, no os podéis imaginar lo que os quiero. A mi mujer y mi hija, mis Inmas, qué sería yo sin vuestro amor.  Un beso a mi familia. ¡Qué orgulloso estoy de pertenecer a ella!.  Pueblo de mi Monóvar, ¡qué bien se vive aquí! Amigos sinceros, gracias por vuestra cercanía. Pregoneros de la Semana Santa de Monóvar, no os podré superar.

Introducción

No me pidas que me vuelva atrás. Esta noche sé que habrá una estrella más, no permitas que se apague. No me pidas que me vaya, déjame perderme en esta oscuridad y vivir este recuerdo, este sueño, tu sueño. Déjame a tu lado por un momento, deja que camine por el túnel del recuerdo y que viva lo que viví, volver a notar tus manos sobre las mías. Sabes que conmigo va también tu Dios, el de tus adentros, el que escondes en tu conciencia, el que tanta conversación te ha dado. Todo comienza con un sueño.

D. Ramón, el maestro, se le había visto por la Calle Mayor caminar lento con su bastón y su americana, con su pañuelo en la solapa a eso de las 7´10h de la mañana. Iría a la iglesia, a la primera eucaristía de Cuaresma. A misa primera. Hacía frío, pero poco. Hacía años que D. Ramón no asistía a esta misa desde que murió Carmen, su mujer. Ya habían pasado 8 años.

El pueblo despertaba e inauguraba otra nueva etapa. Ahora tocaba Cuaresma, era miércoles de ceniza, una Cuaresma más de tantas.

Al bueno de D. Ramón aún le daría tiempo a volver a casa. Entraba a las 9´00h a trabajar y el colegio Cervantes no estaba lejos. En la parroquia había gente. Siempre suele haberla cuando se impone la ceniza, pero los demás días los mismos de siempre, por lo de las promesas y esas cosas, por la fe y esas cosas.

Manchado de ceniza, sentado al inicio de la carta fila de bancos y saboreando el cuerpo de Cristo, D. Ramón, recordaba a su Carmen años atrás sentada a su lado con sus manos agarradas a su rosario de la Virgen del Remedio.

Una vez terminada la ceremonia, se acercó a su casa situada en la calle San José. Una casa señorial, con altos ventanales y un patio que daba a un callejón sin salida. Trinidad, una mujerona, madre de uno de sus antiguos alumnos, ya se había marchado. Volvería a eso de las 10´00h. Le haría la cama, le recogería la casa y le prepararía algo de comer. Sobre la mesa de la cocina le había dejado la tostada y un café descafeinado. Su desayuno de siempre. Para almorzar, una fruta. A eso de las ocho menos cuarto entró en su despacho y realizó su ritual mañanero. Delante de su Cristo de Limpia, un velón ocre y la fotografía de su Carmen. Un pensamiento y un En el nombre del padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Otro día más y otro día menos. Ya estamos en Cuaresma, Carmencita de mi vida y de mi corazón.

Una vez en la escuela y después de recitar sus lecciones con maestría, despedía a sus alumnos con un Sed buenos y no os metáis en líos. Mañana a la misma hora, limpios y repeinados. Aquella tarde tomó la decisión de volver al día siguiente a misa primera y hacer la cuaresma hasta el Domingo de Ramos. Y así fue. Esa sería su penitencia.
Se sentía con fuerzas a pesar de la artrosis que le estaba molestando desde que comenzara el frío a principios de enero. Se notaba ágil, feliz, con ganas. Le encantaban los días que venían. Estaba ansioso porque comenzaran.

Los días pasaban cada vez más deprisa y se acercaba la Gran Semana para los cristianos: La Semana Santa. Era el último jueves antes del Domingo de las Palmas. Aquella tarde la aprovechó para corregir exámenes. A eso de las siete y media salió a comprar bacalao en la tienda de Pepe y Concheta. Trinidad se lo cocinaría con tomate para mañana. A la salida del ultramarinos se acordó de la palma para el domingo. Se acercó a la floristería El Señó y eligió la más fresca, la más larga. Al llegar a casa la colocó visible en el balcón y la ató con un lazo color crema. Pensó que igual no la utilizaría en la procesión.

El Viernes de Dolores se le apareció sin darse cuenta. Había que ir a rezarle a la Dolorosa, como era tradición y disfrutar de su belleza en el altar mayor con su elegante pabellón aterciopelado.

DOMINGO DE RAMOS

Ya hacía minutos que los primeros rayos de sol se escapaban por las rendijas del ventanal que daba a la calle Demetrio Poveda. Le llegaban hasta la mitad de la cama. Lo despertaron y lo sobresaltaron. Había dormido de un tirón y eso presagiaba un buen día, saludable y animado. No podía ser de otra manera. Se enfundó el traje de los domingos, estrenó corbata y pañuelo a juego, y sí, desenlazó la palma del balcón y decidió salir a desayunar en el bar del poeta. Un día es un día, - se dijo-, para eso es Domingo de Ramos. Como de costumbre se sentó en la mesa de siempre, su mesa. En una esquina, una mesa de mármol con sillas de madera y un servilletero con palillos. Al fondo la televisión y en un lateral un enorme cuadro de su Monóvar: Santa Bárbara, la Torre, lo que quedaba del castillo y las casas del casco antiguo tan pintorescas y dispares. La tostada con aceite y el café descafeinado como de costumbre le supieron a gloria. Mientras bebía el último sorbo oyó la campanita del Exconvento. La Procesión de las Palmas siempre salía de allí. Juan Albert (El Hermano Mayor) y Consuelo, su mujer, junto con sus hijos, habían engalanado el paso días atrás. El burret ya estaba en la calle, y Don Ramón sin bendecir la palma. Otro año será. -se dijo-.

Escondido en la esquina del Ayuntamiento vio pasar al gentío. La mayoría padres con sus críos. Era día de estrenar- modelitos no faltaron-. Era día de inaugurar una nueva Semana Santa.

La carroza, florida, con sus palmas amarillentas quedó en la parroquia hasta el Sábado Santo en la capilla de la patrona. Jesús había pasado -la Pascua es el paso del Señor por nuestras vidas-, había caminado por las calles de su Monóvar. Volvía a ser un Domingo de Ramos luminoso.

El Dios de Don Ramón, ese que ayuda y reconforta no defraudó. La cervecita en el casino le sentó de maravilla y por la tarde, la siesta, se alargó más de lo debido. Como cada noche, antes de acostarse, escribió su reflexión, y lógicamente, estuvo dedicada a ese Jesús sentado y elegante sobre la borriquita. Encendió su velón, acarició su Cristo y escribió:

Hoy te has hecho ver, mi Señor de la alegría,
 y con los niños te has venido arriba, fuerte, triunfante.
Has vuelto a entrar en mi vida.
Gracias Dios Mío, Señor de la vida, Señor de la Alegría.

Cuando acabó, pensó, vaya cursilada, habrá que mejorarlo.


LUNES SANTO

Lunes, Martes y Miércoles Santos, en el colegio se dedicaba a actividades lúdicas y culturales. Los alumnos estaban nerviosos y distraídos. Se propuso no alterarse demasiado, no gritar, no enfadarse. Para ser lunes, las regañinas fueron pocas.

A media tarde se pasó por la parroquia para participar en la celebración de la penitencia. Había que arrepentirse. Dios siempre perdona. Con la idea de que siempre se aprende de los fallos y después de hacer examen de conciencia se acercó a la campaneta. Se pidió medio bocadillo de anchoas con queso fresco y una copita de vino tinto. Sobre las 9´30h habría procesión: La del Cautivo, una talla reciente del imaginero Víctor García Villalgordo, perteneciente a la cofradía del Santo Sepulcro. 

El Hermano Mayor, su amigo Alberto, ya lo tenía todo a punto y a su cofradía lista para impresionar. El bueno de D. Ramón se colocó estratégicamente bajo el andamio colocado para las televisiones. Lirios y orquídeas decoraban el paso. Su mirada se fijó en las manos atadas que inmóviles resistían el vaivén de los varales, no así la larga melena de este Cristo de mirada penetrante que el viento esparcía y desordenaba. No se le borraron de la mente, ni el golpe seco de las varas que empuñaban todos los costaleros. Cuando ya la procesión se escapaba por la Calle Sacristán, Don Ramón se enteró que iba en dirección a la ermita de Santa Bárbara.

No se lo quiso perder, tenía que estar y ver esa instantánea. El Cautivo miraría al pueblo, lo levantarían y emocionaría. Así fue. Un instante único.

Por la conocida M-30, Don Ramón se despidió de la noche estrellada de ese Lunes Santo que agonizaría más tarde, como ese Cristo condenado.

Cada vez que te veo te recuerdo junto al olivo, recostado, rezando solo, con tus amigos cerca, esos discípulos fieles, menos uno. Te recuerdo y pienso en la soledad de quienes la vida les da la espalda, les quita el pan, les hace débiles, les amarga los días o lo pierden todo por tanto vicio, por tanto odio.

Cada vez que te veo, veo cautivos de sí mismos a quienes no ven en el otro lo bueno, buscan problemas, critican, maldicen, destruyen.

Cada vez que te veo preso, impotente, solo, solo quiero sentarme junto a tus pies y suavizar tu dolor y simplemente acompañarte.

Con ese olor a cera recién apagada, cerró los ojos, y cansado, soñó con algo que al día siguiente no recordaría.

Y es que D. Ramón era un soñador, los que lo conocían, lo sabían. Él estaba orgulloso de serlo. Pensativo y taciturno en ocasiones le gustaba recordar su infancia y su juventud. Ahora que estaba a punto de jubilarse la añoranza le perseguía.

Lo de "las obras quedan y las gentes se van" lo tenía muy marcado. Las casas, los bares, lo que fue destruido, todo lo recordaba como si fuera ayer. Como también la primera vez que se enamoró. En aquella mesa de mármol blanco, en aquella esquina junto al cuadro blanco y negro de su Monóvar y en el bar del Poeta, una camarera se le acercó preguntándole qué deseaba. Sus miradas entrecruzadas y sus sonrisas, presagiaban desde ese instante un noviazgo apasionado y prometedor. Con la lectura de poemas se pasaban las tardes:

Cuando el amor comienza, hay un momento
en que Dios se sorprende
de haber urdido algo tan hermoso.
Entonces, se inaugura
-entre el fulgor y el júbilo-
el mundo nuevamente,
y pedir lo imposible
no es pedir demasiado.

Antonio Gala

Era su Carmen el amor que andaba buscando y desde aquel día, desde aquella tostada con aceite y el café descafeinado, hicieron suya la canción de Antonio Machín:
En este bar, te vi por vez primera y sin pensar, te di mi vida entera. En este bar, brindamos con cerveza, en medio de tristeza y emoción. En este bar se unieron nuestras almas y se dijeron frases deliciosas, en este bar, pasaron tantas cosas, por eso vengo siempre a este rincón.

Acompañados siempre del brazo formaban una pareja envidiable.  Pero con la terrible pérdida de su amada. D. Ramón ya no era el mismo. No se resistía a su ausencia y las pesadillas no le dejaban vivir. Soñaba todas las noches, mal dormía y se levantaba cada día con la idea de volverla a ver en cualquier lugar, donde menos lo esperase.

MARTES SANTO

El martes amaneció bonito. Camino del Cervantes bandadas de pájaros jugueteaban disfrutando de la primavera recién estrenada. Ese día, Ramón, pensó en su vida como si fuera a perderla, y en esa extraña sensación decidió vivir el día como si fuese el último. Comió de menú, se compró el periódico en la librería de Paco y lo leyó en La Alameda sentado en un banco. Después se pasó por la panadería de Pepica a por una toña.
Anochecido el día y sobre las diez y poco, se le vio por la parroquia viendo a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Estaba a punto de salir en procesión. Una mujer rezaba delante del trono decorado con rositas blancas en su frontal fruto de una promesa y romero, mucho romero.

Una vez que la cofradía estaba en la calle, Manuel, su Hermano Mayor, se le reconoció a pesar del capucho. Nervioso correteaba por las filas separando a sus nazarenos y movía sus manos ordenando con brío a que la Cruz Guía avanzase rápido. En cuestión de minutos, la carroza ya estaba en la Goletja. Y allí un gentío aplaudía la devoción y el buen hacer. El Cristo moreno subía la cuesta al son de los clarines y tambores. Testigo era el castillo que en su loma reflejaba la silueta de este Jesús Nazareno cargando la Cruz de nuestros pecados.

A todo esto, ¿dónde estaba D. Ramón? Sentado en la capilla de la parroquia rezando y pidiéndole a Dios que le diera salud y pensamientos más gratos.

Se le hizo larga la espera, pero valió la pena. La entrada del trono del Nazareno fue espectacular y aplaudida. Por unos instantes lo imaginó humano, mientras los costaleros se arrodillaban para que pudiera entrar por la puerta principal. Una familia, al quitarse el capirote, sudorosos, lloraban de emoción. También eso es la Semana Santa.

Con un vaso de leche desnatada y azúcar, y tras detenerse en la lectura del Vía Crucis en un libro de oraciones, que reposaba sobre su mesita de noche, cerró los ojos mucho más feliz que como empezó la mañana.

2ª ESTACIÓN: JESÚS CARGADO CON LA CRUZ.

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Que yo comprenda, Señor, el valor de la cruz, de mis pequeñas cruces de cada día, de mis achaques, de mis dolencias, de mi soledad. Dame convertir en ofrenda amorosa, en reparación por mi vida y en apostolado por mis hermanos, mi cruz de cada día. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.


MIÉRCOLES SANTO

Todos los miércoles santos eran para él un rememorar la infancia y su primera incorporación al mundo semanasantero. Era un volver a recordar a sus amigos y vecinos que le acompañaban en su cofradía: La Dolorosa.

Como si el tiempo no hubiese pasado, vivía cada Miércoles Santo profundamente, disfrutando de cada segundo. Sobre todo la procesión de la noche.

En un primer momento recordaba a su cofradía celebrando sola un eterno Vía Crucis por las calles. Gracias a este día conoció el sentido de cada estación hasta que Dios es bajado de la cruz. Era inevitable recordar, regresar a su pasado lejano.  Ese pasado se dejaba ver como escenas del teatro de su vida. Lo vivido junto a su Carmen, su infancia, su familia eran este día protagonistas de su historia personal.

Su corazón comenzaba a afligirse. Quizá el motivo era esa Virgen Niña que saldría a la calle ese miércoles santo o los años que pasó en las filas de esa cofradía, no sé, pero cada miércoles era un cúmulo de sensaciones difíciles de expresar.

Esperó impaciente, como el niño que estrena tambor y procesiona por primera vez, a que fueran las 10´00h.  Puntualísimo se colocó en un lateral para no estorbar junto al bar de Amaro.

Carlos, un viejo y querido amigo, ya le había incitado a tomarse un cantueso. Dudó en tomárselo, pero cedió sin rechistar. Su corazón estaba apesadumbrado y necesitaba animarse un poco.

Fue la Cofradía de la Virgen de la Soledad, Nuestra Señora, como él le solía llamar, la que iría haciendo camino esa noche tan especial. Lo observó todo con perfecto detalle: La carraca, la solemnidad, la ternura de esa carita de virgen enlutada de lágrimas de cristal, las mujeres con mantilla, serias y devotas acompañaban a la Soledad cumpliendo sus promesas o luciendo sus figuras repletas de joyas y rosarios en mano. Contempló la belleza del trono que contrastaba con el negro del manto de su titular así como los claveles y gladiolos blancos.

Paco Jaén, el hermano Mayor, trajeado y aguantando su báculo conversaba con sus compañeros de presidencia lo bien que estaba saliendo todo, sobre todo la salida. Se le notaba feliz y pletórico.

A eso de las 10´30h de la noche Demetrio, el portador de la Cruz Guía de la Cofradía de Ntra. Sra. de los Dolores, llamaba al encargado de la Procesión, a Pepe, increpándole y recordándole cuál era el recorrido en aquella noche. Unos niños subidos sobre las columnas de la entrada de la iglesia divisaron a los cofrades uniformados y al fondo aún pudieron percibir a José el Sacristán, apoyado sobre el primer banco, mirándose el reloj.

Cuando el trono salió a la calle, los aplausos, que no fueron fáciles, sino sentidos, provocaron lágrimas en los ojos de D. Ramón. Allí estaba la viva imagen de sus recuerdos.

Juan Carlos, el hermano Mayor de esta cofradía, entonaba las notas con su trompeta, acompañándole con un solo, su amigo Mapoy.

Mientras eso ocurría, Kike, el hijo de Puri y Cañaeta, que repartía estampitas de la Dolorosa por la procesión, le puso en el bolsillo de la chaqueta una estampa sin que él se diera cuenta.

Como las dos cofradías realizaban un Encuentro en la Plaza del Ayuntamiento, decidió quedarse por los alrededores y esperar ese momento.

Después de tomarse un orujo en el Ole, se situó en la tienda de Pepi Polo para allí, disfrutar del espectáculo. Mientras esperaba la llegada de ambas imágenes se echó mano en el bolsillo de la americana y se percató de la estampa. Detrás de la imagen de la Dolorosa un poema de su amigo Carlos Maluenda:

Rotos tus ojos del llanto
que desde tu alma brota
viste tu vida tan rota
que al Cielo dolió tu quebranto.

Muerta en vida, en abracijo
estrechas contra tu pecho
el cuerpo semideshecho
de tu bien amado Hijo.

Y ni así tiemblan los credos
de esa Madre compungida
que de su Hijo la vida
se le escapa entre los dedos.

Tu virginal bello rostro
has de llevar bien alzado,
pues tu hijo se ha entregado
por salvarnos a nosotros.

Y con la voz temblorosa
rezo con regocijo,
orgulloso por ser hijo
de la Madre Dolorosa.

Carlos Maluenda Gramaje


A eso de las 12´00h la procesión había terminado.

Aún le quedaban ganas, a pesar de la tos, para acercarse a la parroquia y rezarle a su Dolorosa. Solo deseaba contemplarla, pero no pudo evitar acordarse de su madre y de las madres, porque esta virgen niña le recordaba a esas madres que acogen, que esperan y comprenden, que lloran y sufren, que reconfortan y remedian, que son esperanza y que como dijo el pregonero Alberto García Reyes:

Las madres son un milagro. A lo largo de la vida ves envejecer a tu padre, en quien encuentras siempre la mejor sombra. Ves envejecer a tus hermanos, con los que avanzas de la mano por venturas y desventuras. Ves envejecer al espejo, que va encaneciendo la mirada y el pensamiento. Incluso ves envejecer a tus hijos, que crecen como un rayo que te atraviesa. Pero nunca, jamás, de ninguna manera, ves envejecer a tu madre. Tu madre es para siempre aquella chiquilla que recuerdas lavándote la cara por la mañana cuando eras un niño. Es permanentemente, hirsuta su piel y arrugada el alma, una muchacha joven que te hace arrumacos y te pone la mano en la frente cuando caes malo. Una madre nunca se hace mayor en la mirada de un hijo.

Una vez en casa, se dispuso a escribir, pero el sueño le pudo y después de plasmar cuatro líneas se quedó dormido sobre la mesa del despacho. Mucho licor y muchas emociones para un solo día.

JUEVES SANTO

Le despertó la quemadura sobre la mano de la cera del velón a eso de las 8 de la mañana. Antes de que viniera Trinidad, se aseó y se sentó en el sillón para releer un libro que llevaba entre manos: La Voluntad, de Azorín. Ella no tardó en aparecer. Buenos días Don Ramón –le saludó ella con extrañeza al verlo tan temprano en semejante tarea -. - Buenos días Trinidad y por cierto, cómo está tu hijo Martín, no sé nada de él -, dijo el maestro. – Está hecho un mozo, sigue igual de guapo. Se ha hecho novia de una chica de Sax, igual de alta que él –, contestó orgullosa Trinidad. -Pues dale recuerdos y dile que estudie que el saber no ocupa lugar- le dijo Don Ramón mientras dejaba el libro sobre una mesa y cogía la Revista Cruz de Guía de la Semana Santa de aquel año.

Ese día era festivo por ser Jueves Santo, pero el Mercado Central había abierto y algunas tiendas también.

Comenzaba el Triduo Pascual.

De ahora en adelante el bueno de D. Ramón asistiría a todas las celebraciones, eucaristías y procesiones que quedaban.

A las doce se acercó por la parroquia para ver cómo decoraban el altar para la exposición del Santísimo.

Don Miguel, el cura, lo hizo pasar a la Sacristía. – Buenos días D. Ramón, cuánto tiempo sin charlar con usted. Le quería sugerir que esta tarde se uniese a los voluntarios para el lavatorio de los pies- Dijo el clérigo. Don Ramón, voluntarioso, asintió con la cabeza a lo que el cura le dijo, -Pues perfecto, esta tarde a las 7´30 le esperamos, pero no se lave usted los pies, que ya se los lavo yo-.

La misa del amor de Dios, como le gustaba llamarle, congregó a muchos fieles y a los que solo acuden una vez al año. Una eucaristía en la que se celebra: La Última Cena, El Lavatorio de los pies, La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, y la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

Por la noche había procesión, la del Silencio. Era el turno de la hermandad del Cristo y María Santísima de la Esperanza. Las calles se apagaron y el silencio se hizo dueño de la noche.

Don Ramón sabía que no aguantaría todo el recorrido pero algo vería. Se notaba fatigado y una tos inoportuna le había acompañado durante toda la mañana.
Centenares de capirotes recorrieron las calles esa noche iluminando a sus titulares y recreando la pasión en estado vivo. Al Cristo clavado en la cruz le seguía su Madre, La Esperanza. Detrás de un hombre hay siempre una gran mujer, por muy grande que sea

Con el Mater Mea, la banda de música la Artística conmovió a los devotos, que emocionados aplaudieron la entrada de esta procesión.  Joaquín, el hermano Mayor de esta cofradía, recibía con lágrimas en los ojos, números abrazos y felicitaciones dentro del templo.

El amor es un trabajo que hay que iniciar cada mañana bien temprano. Si no, se va perdiendo agilidad. Con esta lectura y después de escribir su reflexión nocturna en la que reflejaba su deseo de mejorar, apagó la luz de su mesita y se persignó deseando soñar en algo bonito.

VIERNES SANTO

El timbre sonó sobre las 9´00h de la mañana. Era Trinidad que se había dejado las llaves el día de antes. Don Ramón pensaba que era el de La Muerte, que solía pasar a cobrar los viernes. Se extrañó de viniera tan temprano.

Ya levantado, desayunó lo de siempre, tostada con aceite y café descafeinado, aprovechando que la asistenta estaba en casa. Sin dejar de toser y aún fatigado al andar se puso la chaqueta y un pañuelo azul con motitas blancas.

Salió de casa hacia el asilo de ancianos para visitar el Monumento y rezar un poco. Luego iría a la parroquia a la Hora Santa sobre las 12´00h.

El Viernes Santo era para D. Ramón el cúlmen de la Gran Semana de Pasión y ese año quería disfrutarlo al máximo. Una de las celebraciones que más le gustaban eran los Oficios que se celebraban a las 5´00h de la tarde. No se quería perder la Adoración a la Cruz. Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo, ni la lectura de la Pasión, que por cierto aquella tarde estuvo muy bien leída. Sentado al inicio de la cuarta fila de bancos experimentó La Pasión de Nuestro Señor y se emocionó con la lectura de Susi, una catequista que leyó los Improperios: ¡Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, Respóndeme… y la antífona: ¡Oh, cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!

A las 7´30h de la tarde había procesión general con la participación especial de la Cofradía del Santo Sepulcro y Jesús Cautivo, que sacaría en andas al Sepulcro. Le acompañarían las demás cofradías a excepción del Burret.

Don Ramón, no estaba para más procesión y se retiró a su casa sobre las ocho y media. Sentía mucho no ver el entierro del Señor, un acto que la Cofradía del Santo Sepulcro realizaría junto a la de la Soledad una vez terminada la procesión.

Se sentó en su sillón y se quedó traspuesto. Después de un sudor frío, un dulce sueño le embargó. Reminiscencias de un pasado, no muy lejano, aparecieron de repente y en su mente comenzaron a pasar imágenes de lo vivido días atrás.

Recordó el ambiente de la calle cada noche, el murmullo, la luz de los cirios, el olor del incienso. Se vio inmerso en una historia en la que él era protagonista, una historia que acababa de revivir, que sentía en lo más profundo de su ser. Se reconoció en cada esquina, comprándole iguales a José, el número uno, se vio charlando con los amigos, saludando y agarrado, amoroso, a su Carmen. Percibió el sentimiento, la devoción, la fe de los creyentes de verdad.

Un evangelio gigante iba abriéndose de pronto en un túnel sin salida. Pueblo mío, qué te he hecho, en qué te he ofendido…, Convertíos y creed en el evangelio, la muerte ni es el final. Crucifícalo, crucifícalo, Resucitó, aleluya. Y detrás de él un caballo blanco y un doncel traía noticias de una muerte. Sobre la mano izquierda una paloma, también blanca, posaba con un mensaje: El Espíritu Santo caerá sobre ti. La muerte de Jesús de Nazaret era la noticia de última hora. Concluía con un Continuará.

SÁBADO SANTO

Trinidad, madrugadora y activa, ya había ido al mercado. Sobre la mesa de la cocina había dejado la longaniza seca del puesto de embutido de Joaquín, las habas de Antonio el frutero y las aceitunas partidas del olivero de Aspe. Se había olvidado del Conejo. Volvería a la carnicería. Por la tarde haría una fritada.

Don Ramón rumoreaba por el patio mientras regaba las macetas. Cuando entró en la cocina dijo: Menudo espectáculo. Y tocando un trozo de longaniza, se dijo: para mañana en su punto.

Mañana sería Domingo de Pascua y por la tarde habría vaca en la Estación. Ya lo había preparado el ayuntamiento que había organizado una tarde con charangas, juegos infantiles y merienda compartida.

El Sábado Santo era para D. Ramón un día raro. Sabía que había trajín en la parroquia y limpieza y que la Mayordomía entraba en acción y colocaría a La Virgen del Remedio en sus andas para el Domingo. 

Trinidad no había comprado la mona, así que salió de casa a eso de las 11’00h en dirección al horno de Blanes.

De camino, las campanas de la parroquia comenzaron a repicar. Ese volteo general anunciaba la Resurrección del Señor. Una mujer que volvía de la fuente rompió, junto a él, varios cacharros. El agua derramada le sirvieron a los dos para echársela sobre la frente. ¡Quién le iba a decir a D. Ramón que años más tarde se celebraría una Vigilia Pascual por la noche donde compartir la Resurrección con todos sus amigos!
Después de comer se echó la siesta y la tarde la pasó en casa leyendo.
La fatiga no se le curaba. Llamaría a Don Gaspar, el médico, para el martes próximo.
A eso de las 9´00h le despertaron los gritos de no sé quién que venía de no sé qué fiesta.

La noche fue horrible. Volvieron las pesadillas y se la pasó tosiendo.

DOMINGO DE PASCUA

Las campanas, Virgen del Remedio, Cristo rey y San José, repicaban de buena mañana. Eran las 6 y media, y el bueno de D. Ramón, ya estaba duchado y desayunado. No quería que le quitaran el sitio. La misa era a las siete y media. Sentado en su banco giró la cara y ahí estaba su patrona enlutada, guapísima a la espera de ser llevada en hombros. Los costaleros con Kike, el mayordomo, al mando, iban llegando, trajeados y con el medallón y su cruz trinitaria. La misa fue rápida y a eso de las ocho y poco la Virgen del Remedio ya estaba en la calle. Isabelita, la esteticién, camarera y presidenta de la Mayordomía saludaba a sus vecinos y a sus nietos. Cuando la Patrona pasó por el Ayuntamiento de pudo ver a lo lejos la figura de Juani, la de Calpe, junto a su bar, que como cada año salía a contemplar a la Madre y pedirle por los suyos. Siempre se despedía con un hasta l´any que ve, si tenim salut. Con la Marcha Mater Mea, la banda de música, La Artística, llegaba a la altura de la farmacia de Peris.

D. Ramón, situado un poco más allá de la confitería Geisa, contemplaba cómo la Virgen era guardada en casa de los Durá, después de sonar el Himno Nacional. Quedaría allí hasta después de los almuerzos y se dirigiría a la Plaza de la Malva. Allí se realizaría el Encuentro del Domingo de Pascua.

José Miguel, el hijo el Sacristán paseaba, junto a su mujer, a su hija Remei. En el cochecito, colgado, el escapulario de La Virgen del Carmen: Hay escapulario Santo, Dios y escudo verdadero, que al demonio causa espanto y a las almas da consuelo. Como Vuestro poder es tanto en la tierra y en el cielo, cúbrenos con vuestro manto, Madre Mía del Carmelo…

Tres mujeres, que podían ser las Polainas, por ejemplo, mientras comenzaba el acto, charlaban amablemente apoyadas en la fachada de la casa del pueblo. La mayor de las tres criticaba una Fiesta Santa que había tenido lugar el día anterior, a lo que otra argumentaba: Xica, si són jovens, deixa-los que facen lo que vullguen. La más joven interrumpió y dijo: cada any hay menos gent en el Encuentro. Las otras dos al unísono contestaron: Com tots els anys.

 La Virgen ya había llegado. La marcha triunfal se dejaba oír por el lateral de la plaza y la Carroza del Santísimo subió la rampa y entró en la plaza. José Ríos, el presidente de la Junta Mayor de Cofradías, soltaba las primeras lágrimas. Don Ramón estaba justo en medio de ella pisando la cruz trinitaria que había en el centro, y que por cierto le faltaba un trocito. A su lado una madre alzaba a su hija en brazos y le decía: Envía-li un besito a la Mare de Déu i di-li que te faça bono.

Rafael Prats, después de que una camarera le quitara el velo a la Virgen le colocó un clavel rojo entre las manos. A continuación seis reverencias, aplausos, vivas y cohetes. La Madre y el Hijo frente a frente.

El maestro se notó un leve mareo, nadie se dio cuenta. Con todo era feliz. Se sentía bien, pensaba que algo nuevo empezaba, otra nueva etapa llena de gloria y de cambios.
La Santísima Virgen salió primero y detrás la carroza del Santísimo con toda la corporación municipal. Marcha Triunfal y alegría, mucha alegría. Por el recorrido, en los balcones unos niños tiraban pétalos de rosa y aleluyas con piropos a la Virgen.

MUERTE

Se había visto a D. Ramón por la carretera de la Estación subir cansado con su bastón a eso de las seis de la tarde. Sobre las diez ya estaba acostado. Se puso a releer unos papeles y a las once, cerró los ojos, dejándose la luz encendida.

Ya eran pasadas las 12´00h cuando Trinidad entró en la casa. Le extrañó el resplandor del dormitorio. Otra vez la luz encendida -se dijo-. Al entrar para apagarla encontró acostado a D. Ramón con los brazos abiertos. Intentó despertarle pero no reaccionaba. Asustada salió corriendo a la calle a pedir ayuda y gritando locamente: Que se me muere, que se me muere, que se me muere D. Ramón.

Efectivamente, había muerto.
Como bien dijo el poeta:

Tantas y tantas personas,
y en él te fuiste a fijar
con tu orgullo por delante
nos quisiste demostrar
cuál era tu poderío
y nos hiciste llorar

Elegiste a un gran chico,
a un emisor de amistad,
pues sabías que su hueco
no se podría llenar
ni con tiempo ni con otros,
pues nunca habrá nadie igual.

Lo acostaste hasta que débil
y cansado de luchar
dejó que tú le vencieras,
y te lo pudiste llevar.

Pero no te creas, Muerte,
que siempre nos vas a ganar,
pues aunque tú no lo quieras
Nos volverás a juntar.

Trinidad, una vez en la habitación, y mientras D. Gaspar lo reconocía inútilmente, se percató de que en uno de sus puños apretaba un papel arrugado. Lo cogió con disimulo y apartándose leyó lo que allí estaba escrito: En la estantería de mi despacho, junto al Cristo de Limpia hay unos papeles. Que no se pierdan.

Muerto D. Ramón y muerta ella por la curiosidad, se acercó al despacho y releyó esos papeles. En el encabezado de uno de ellos decía: Final del pregón que algún día leeré. Trinidad, llorando de pena, angustiada y temblorosa, leyó:

Semana Santa, Monóvar, de interés emocional:
Antonia, una vecina que tenía la casa por la plaza de los toros ya tenía la calle barrida y fregada lo mismo que Paquita en la Venta de Blai. La primavera había llegado para quedarse. Los almendros de la Pedrera comenzaban a perder sus flores y el cielo ese día era azulado y luminoso.

L´Onque Tomás, el sereno, acababa de recoger un encargo del alcalde y que era comunicar a los vecinos del pueblo los días que se aproximaban y que eran los de la Semana Santa. Con voz potente y subido a la farola de la plaza de la Sala dijo:

Despierta, Monóvar, despierta.
Que repiquen las campanas,
que se entere todo el mundo
que ya comienza la Pasión
de Dios Nuestro Señor.
Que no es ninguna broma,
así que ahorra
para comprarte la mona.

Que no falte en tu interior
ayuno, limosna y oración;
Tres valores de Cuaresma
junto con el amor.

Las vestas planchadas,
los guantes a punto,
la teja a mano,
ternura, fe y paz para tu hermano.

Que no falte la alegría.
Que no falte la ilusión.
Que no falte el vino, ni la emoción.
Que se pasten toñas
y rollitos de aguardiente,
las torrijas, al dente.
Que se corte el bacalao.
Creamos buen ambiente,
y si eso, un poco más de convivencia.

Pidamos perdón
para lavar la conciencia.

Sacad brillo a las tulipas,
los jarrones con agua,
los manteles lavados,
la vida resuelta.
Las flores cortadas,
el cánfor para los zapatos,
la capa bien puesta.

Reverencias al Santísimo,
y a la Madre de Dios,
ponedle el velo
que su hijo sufrirá
con dolores y desvelos.

Que se me prepare La Guardia Civil,
los municipales, y hasta Protección Civil.
Que me quiten ya los coches.

Amigos, Cristianos, familia, BUENAS NOCHES.

D. Libeto Esteve Requena.

Pronunciado el sábado 17 de marzo de 2018 en el Teatro Principal de Monóvar

Para ver el Pregón online pinchar sobre la foto

 

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